Ahora mismo debería estar acostado en esta
hamaca, con la brisa caribeña rozando mis mejillas, mientras intento
desentrañar uno de los más grandes misterios financieros de la humanidad. O al
menos, esa era la misión secreta que me encomendó (con todos los gastos
pagados) la mejor revista del mundo, reportaje que me sacaría de una vez por
todas del triste anonimato literario en el que vivo.
Por desgracia, la vida me tenía reservado
otros planes. O mejor dicho, el título de mi primera novela decidió perseguirme
como mi propia sombra.
El 15 de diciembre del 2012 es una fecha
que nunca olvidaré: es el día en que mi vida se convirtió en un infierno. Al no
tener seguro médico he tenido que experimentar durante un interminable mes y
medio un calvario burocrático para poder operarme la rodilla. La operación, sin
embargo, fue un éxito, pero en contraparte, he quedado en bancarrota, o mejor
dicho, endeudado hasta el cuello, ya que debo poco más de 30 mil pesos.
Moraleja: mamá y la sociedad en general
tenían razón al advertirme que ser escritor me saldría caro, que tarde o
temprano me pasaría factura.
Ahora lo único que agradezco es que al
menos tuve tiempo para escribir un libro, y, de premio de consolación podré decir
que mi primera novela literalmente me costó sangre. De hecho, espero que mi
novela sea comprada por todas las madres del mundo que quieran disuadir a sus hijos
soñadores cuando éstos tengan la disparatada idea de ir en la búsqueda de un
sueño imposible.