"LA DEMENCIA EN EL INDIVIDUO ES ALGO RARO; EN LOS GRUPOS, EN LOS PARTIDOS, EN LOS PUEBLOS, EN LAS ÉPOCAS, ES LA REGLA."
- Friedrich Nietzsche
Navidad es la temporada perfecta para deschavetarnos. Para prueba de ello, pondré el primer ejemplo que se me viene a la cabeza, uno muy universal (meto las manos al fuego te habrá ocurrido el día 24) es el de los mensajes al celular. "Que en esta época de amor, el niño Jesús bendiga a toda tu familia. Juan Pérez". "Fulanito de Tal le desea en esta Navidad paz y amor". Sin duda, ternuras de mensajes. El problema es que Juan Pérez y Fulanito de Tal son tus amigos más soeces de cantina; personajes de léxico piratesco y de dudosa reputación que nunca sospechaste te hablarían de usted y menos que profesarían el amor y la religión católica de manera tan melosa. También ocurre el caso (y éste es todavía más desquiciado que el anterior), en que Juan Pérez y Fulanito de Tal son unos perfectos extraños de no ser porque son amigos de los amigos de tus amigos de cantina o de burdel que en un arrebato de camaradería (producto de ingerir cantidades groseras de alcohol) intercambiaron números de celulares prometiéndose llamar unos a los otros para salir algún día, cita que desde luego jamás ocurrió, y es hasta el día 24 y/o 31 de diciembre cuando Juan Pérez o Fulanito de Tal aparecen nuevamente en tu vida diciéndote lindezas como "En esta Navidad y Año Nuevo, que el niño Dios haga realidad todos tus deseos y sueños iluminando tu hogar con alegrías y dichas."
Al trigésimo cuarto mensaje navideño de tus amigos y de los amigos de tus amigos comprendes dos verdades: uno, sus mensajes ausentes de faltas ortográficas y rebosantes de ñoñés fueron copiados de alguna página de Internet de frases cristianas, ñoñas y navideñas; dos, Carlos Slim es y seguirá siendo el hombre más rico del mundo.
Otro tipo de locura propia de esta temporada la encontramos en los comerciales que transmiten en la televisión. En México nieva en escasísimos lugares, y allí la nieve sólo significa una cosa para sus paupérrimos habitantes: tragedia. Sin embargo en los comerciales ocurre todo lo contrario: modelos muy bien peinados y acicalados aparecen deseándote felices fiestas desde lujosos departamentos minimalistas con grandes ventanas donde puede verse como caen hermosos copos de nieve muy navideños y mexicanos.
La decoración de las casas (por dentro y por fuera) es otro punto que acentúa la locura en estas fechas. Es difícil aceptarlo, pero por un segundo seamos objetivos y repasemos nuestra demencia: un pino (natural o artificial), muñecos de nieve y caramelos inflables, foquitos multicolores (con villancicos incluidos), un nacimiento con figurillas humanas y animales de cerámica, etcétera y mil chiflados etcéteras. Una decoración de este tipo sólo podría ocurrir en la mente de tres personas: en la mente de un desquiciado (o asesino serial), en la de Pee-wee Herman o en la de una persona que para salir a la calle se viste de la siguiente manera: impermeable de bombero; en la cabeza, un casco de constructor; amarrado al cuello, un estetoscopio; en una mano, una manopla de beisbolista; en la otra mano, un guante largo y rosado como los de Marilyn Monroe con la cual sujeta un paraguas con un enorme carrusel en la cresta; en los pies, unos calcetines multicolores de Punky Brewster adornados con unos patines (de hockey); y para cubrir sus partes, una elegante falda escocesa.
Esta locura colectiva que asimilamos y aplaudimos y disfrutamos de muy buena manera (y la cual es irreversible), creo yo tiene sus orígenes en nuestra niñez, cuando nuestros padres nos sobornaban y controlaban para que nos portásemos bien en casa y sacáramos buenas notas en el colegio prometiéndonos que una vez al año un viejo gordo y ario de cabellera y barba larga y cana disfrazado en terciopelo rojo vendría desde el lejano Polo Norte en un trineo tirado por unos renos voladores (comandado por un reno de nariz roja brillante) para entrar por la chimenea de casa (sin importar que en México el único lugar donde existen las chimeneas sea en las fabricas que contaminan las ciudades) para dejarnos todos los regalos que nuestra imaginación y la fuerza de nuestra mano pudiera redactar en una carta.
Si esto no es una locura, quisiera saber yo qué es.