La literatura, gracias a la tecnología, o sea, a Internet, tiende puentes maravillosos. Cósmicos. Imposibles.
El 18 de Julio del 2008 publiqué un post llamado Las firmas de nuestros ídolos. Básicamente decía que las personas que le piden autógrafos a la gente famosa son unos pobres diablos sin vida. Si abriste el link podrás ver cómo presumo la fotografía que le tomé a un autógrafo que me dedicó un escritor argentino al que admiro mucho gracias a una extraña lectora de este blog.
Dato curioso: tres años después terminé sirviendo a las órdenes del escritor argentino que admiro mucho en un proyecto maravilloso del cual les platiqué el 17 de Octubre del año pasado AQUÍ.
Todo este preámbulo es para decir que gracias a una perfecta desconocida llamada Bárbara, ex asidua lectora de este blog rosa, mexicana que se fue a vivir a Buenos Aires y que con el tiempo se convirtió en una entrañable amiga, tendió un puente insospechado que desembocó en un escritor español, que al leerlo por vez primera en el proyecto maravilloso del escritor argentino que admiro mucho, me hizo descubrir a un nuevo amigo del alma.
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