En una bonita oficina se encuentran
ocho personas reunidas. Cuatro de un lado de la mesa y cuatro del otro lado.
Llevan dos horas discutiendo. Los que más hablan y tienen el rostro más
sulfurado son los señores que van vestidos como señores. Los que escuchan,
fingen tomar nota en sus libretas y desean con todas sus fuerzas abandonar la
oficina (y retomar sus carreras artísticas que no les da para pagar el alquiler
y la colegiatura de sus hijos) son los señores que visten como adolescentes.
Señores vestidos como señores: creo que no entendieron absolutamente nada de lo que les pedimos que
hicieran.
Señores vestidos como adolescentes: confíen en nosotros, lo que acabamos de presentarles
ayudará a su producto a convertirse en una marca.
Señores vestidos como señores: respetamos lo que ustedes hacen, por algo tomamos la decisión de
contratarlos. Sabemos que son una agencia innovadora y que toma riesgos.
Nuestra empresa comulga con esos valores. Sin embargo, tenemos límites, no
podemos salir al mercado con el nombre que nos están presentando, menos con ese
diseño y esos colores. Y esos empaques. Creo que estamos en sintonías
diferentes. Lo que nosotros queremos es ser los número uno. Marcar una
tendencia en el mercado. Que la gente nos vea y diga: “necesito comprar este
producto”.
Señores vestidos como adolescentes: y ocurrirá, si aceptan nuestra propuesta.
Señores vestidos como señores: No lo creo. Llevamos años en este negocio. Necesitamos colores más
cálidos. Más reconocibles. Necesitamos arrebatarle mercado al líder.
Necesitamos… Tomen nota. Les vamos a decir exactamente lo que queremos que
hagan.
Semanas después.
Imagen muestra para ilustrar la historia de ficción relatada líneas arriba. |
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