La publicidad,
en su inmenso porcentaje, es escalofriante. Un simple anuncio de pizzas toma un
rumbo macabro al elegir como vocero de la campaña a la persona equivocada.
Es decir, a un
señor de mirada libidinosa, que más que sugerirte que pidas una pizza pareciera
que desea pedir otra cosa. Cosa que en Pildorita
de la Felicidad sabemos de sobra qué es.
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