domingo, 1 de abril de 2012

La viga en nuestros ojos






The Help (Historias Cruzadas) es una película que ahora mismos está en el cine. Éxito de taquilla, de crítica, nominada a varios premios Oscar, etc. O sea, la vio hasta Dios Padre. Si no la has visto (cosa que dudo) recomiendo evites gastar tu dinero en un boleto, pues está en tus manos experimentar algo más extraordinario que el 3D, lo único que tienes que hacer es mirar a la sirvienta de casa. Observarla bien. Si eres muy osado, dirigirle la palabra. Pero no como siempre, que es para encargarle cosas o que limpie aquí o acullá. Pregúntale dónde vive. A cuántos kilómetros de la ciudad está ese pueblo o ranchería de nombre extraño que te ha dicho. Si está casada o vive con sus padres. Si tiene hijos. Cuántos. Si tiene hermanos. Cuántos. Si ha muerto algún integrante de la familia. Cuántos camiones tiene que abordar hasta llegar a su trabajo. Qué grado de estudios alcanzó. Si le parece justo lo que gana por trabajar más de diez horas al día.

Skeeter Phelan es una jovencita sureña que regresa a casa (Mississippi) al graduarse de la universidad. Son los años sesentas. Por eso sus amigas la ven como un bicho raro. En el sur pocas mujeres estudian una carrera, y mucho menos tienen la disparatada idea de querer ser independientes, buscarse un trabajo y soñar con ser escritoras. Skeeter le propone a un periódico de Nueva York hacer un reportaje sobre la vida que llevan las sirvientas, al fin y al cabo hay un agitador de masas llamado Martin Luther King que anda pregonando que es indignante que su país (en teoría el más poderoso del mundo) margine y trate a los negros como a esclavos, peor que a animales.

La señorita Skeeter logra entrevistar a un montón de sirvientas. La mayoría criadas de las amigas de su mamá. Las narraciones son espeluznantes. Por poner un simple ejemplo, las sirvientas no pueden usar el mismo baño que las señoras de casa, tampoco comer de la misma vajilla, pero paradójicamente sí pueden cuidar, mimar y amar a sus hijos pequeños. Niños que al crecer, lejos de conmoverse por el inhumano trato que reciben las mujeres que los criaron, repiten el patrón de mamá y tratan a sus nanas como si fueran seres repugnantes, llenos de infecciones, o sea, una raza inferior.

The Help nos ha conmovido hasta el tuétano. Nos ha hecho avergonzarnos de nosotros mismos. Querer construir una máquina del tiempo y viajar a los años sesenta, específicamente a territorio norteamericano para jalar de las orejas a esos yanquis desalmados. Todo esto pensamos (en un lapso de dos horas y media, que es lo que dura la película) mientras ignoramos a la indígena analfabeta y sin seguro social, que come y bebe en platos y vasos de plástico, que defeca y duerme en el cuarto-bodega al fondo de nuestra casa. El fantasma que nos heredó el acento aporreado del que tanto nos avergonzamos.

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