viernes, 30 de diciembre de 2011

¡Feliz Navidad y Año Nuevo te desea C&A!


Por favor, lean esta carta que llegó a mis manos por equivocación. No tiene desperdicio. Es la carta perfecta. La carta del terror. Ni Al Qaeda, ni ETA, ni ERI, ni PETA, ni la iglesia católica, ni ninguna otra organización terrorista pudo redactar algo tan brillantemente atemorizante. Todas las mayúsculas y los signos de admiración fueron colocados con una malévola genialidad. Me pongo de pie.




El día que la realidad y la ficción se encontraron

jueves, 29 de diciembre de 2011

Un candidato muy “open mind”


Si pensaban que los panistas eran todos unos mochos y católicos recalcitrantes, están muy equivocados. Alejandro Abud nos demuestra que es un hombre abierto a todo tipo de relaciones, por eso convoca a todos los habitantes del Cuarto Distrito de Mérida a darse una encerrona con él. 




Si vives en el Cuarto Distrito, por fa, toma muchas fotos y súbelas al Face y al Twitter. Nos morimos de ganas de ver las delicias que ocurrirán en el cuarto.

Los referentes de México



La gráfica que aparece sobre estas líneas refleja a la perfección a la sociedad mexicana. Podrían sacarse mil y un conclusiones, pero la única con la que me quedo es que Carlos Loret de Mola no es un periodista, sino una comadre.

AQUÍ el top 50 completo.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Los niños siempre tienen la razón






“Prometo solemnemente subir el índice de güeros en la República”



“Santiago sí cumple”



“Pues qué te digo, mano, ojalá este país no estuviera lleno de indios”



“Ash, y yo que quería ser la primera dama”



“Lo prometido es deuda, por un México más blanco”



“Yo, yo, yo quiero un hijo blanco”



“Jijiji sigue soñando, si quieres te presento a mi compadre”



“Yo sí te relleno el pavo de cordero, mamacita”



“Ash, la viuda negra voy a ser, estos indios son más calientes”



“El blanco, el blanco, queremos al blanco”



“En esta gráfica claramente vemos que Creel es el candidato más blanco para los niños”



“Exijo un recuento”



“Entre si son peras o si son manzanas te encargo uno bien blanquito, ya ves que la Martita es insaciable”


“Prometo 5 hijos blancos por cada indio que nazca en México”



“Así es señorita, hasta presidente de los Estados Unidos parezco. Y hablo inglés, no como otros”






martes, 20 de diciembre de 2011

Orsai Mérida-Campeche



Se un hombre inteligente como yo y dile a tu chica que esta navidad te regale tu suscripción a Orsai.




La fotografía que ven sobre estas líneas significa que durante el año 2012 (si ustedes así lo desean, y siempre y cuando vivan en Mérida o Campeche) podré ser su amable distribuidor de la mejor revista del mundo.

Si creen que exagero en eso de la mejor revista del mundo, den clic AQUÍ y ya verán que tengo la boca llena de razón. O vean este hermoso video.





El próximo año Orsai será bimestral, es decir, serán 6 revistas. No pierdas más tiempo y compra tu suscripción anual AQUÍ.


jueves, 15 de diciembre de 2011

Un video de huevos


Nunca había visto el videoclip de la canción “yo no sé mañana”, hasta el sábado pasado, tomando una cerveza en un bar (heterosexual). Puede que el comentario que haré a continuación ratifique en la cabeza de las personas que creen que soy puto, que en efecto, soy un puto: sean brutalmente honestos, y con la mano en el corazón, digan si no les incomodó el pantalón del señor Luis Enrique; jamás vi a un cantante que le campanearan tanto los huevos en unos pantalones de mezclilla.

 

viernes, 9 de diciembre de 2011

Reconstruyendo a papá


-Sólo los pendejos se mueren -decía papá con magnificencia, descaro y con un airecillo de semidios del Olimpo.

Mamá, aterrada, le decía que dejara de decir esas cosas, que todos nos íbamos a morir tarde o temprano, pendejos y no pendejos. Papá me miraba de reojo y se reía. Le gustaba asustar a mamá. Luego decía que su máximo sueño en la vida era comprar una avioneta y manejarla él solito hasta el Gran Cañón del Colorado y estrellarse contra una de sus montañas de roca.

-Deja de decir sandeces -le reprimía mamá.

Sin embargo, papá lo decía serio. Nada de mirarme de reojo y de sonreírme cómplice.

-Nunca te cases -decía-. El peor error de mi vida fue casarme.

Este último comentario lo hacía, por lo general, delante de mamá, lo cual me parecía una crueldad terrible.

-Gracias, ha sido un placer arruinarte la vida -decía mamá sin mostrar ni una sola emoción y luego se iba a la cocina a preparar la deliciosa comida de todas las tardes.



Papá decidió un día que había llegado el momento de que mi hermano y yo nos hiciéramos hombres, y para lograr tan noble empresa, compró un caballo.

-Desgraciada cantina donde se lo habrá ofrecido alguno de sus amigotes borrachos -reclamó mamá.

-Es para mis hijos -justificó papá su impulsiva compra.

El equino resultó ser un ejemplar albino de crines doradas.

-Anda, acarícialo -dijo papá-. No le tengas miedo, que puede olerlo.

Demasiado tarde. Fue terror a primera vista. La bestia del infierno me miraba con ojos enloquecidos y relinchaba cada que intentaba acercármele, o quizá era el comportamiento natural en un animal que de la noche a la mañana se vio rodeado trascabos, volquetes y otras máquinas pesadas.

Mamá me contó que la única vez que estuvo segura de que iba a morir fue gracias a un caballo que se desbocó, y de no ser por que era una jovencita robusta con fuerza de hombre hubiera salido disparada contra las rocas del rancho de su tío Andrés.

-Este caballo me lo recuerda mucho -dijo.

Papá jamás nos obligó a mi hermano y a mí a montar el caballo albino, o tal vez fuera que no le dio tiempo de convertir de una vez por todas en hombrecitos a sus retoños gracias a que su nueva adquisición amaneció tan tiesa como una barra de acero a los pocos días. Al realizarle la autopsia se descubrió que la dieta del infeliz animal consistió en todo tipo tuercas y tornillos y en una buena dosis de diesel que los mecánicos del taller vertían en su bebedero todas las mañanas para darle más caballos de fuerza.


* * *


Si el reloj marcaba las diez de la noche y las llantas del coche de papá no se oían chirriar contra el garaje, todos nos poníamos a temblar.

Durante un tiempo, los buenos tiempos, la mejor estrategia era apagar las luces de las habitaciones de la segunda planta y hacernos los dormidos. Si bien nos iba, papá amanecía dormido en una silla de la cocina. O tirado en mitad de la sala con un sándwich en la mano lleno de hormigas. Luego llegaron los tiempos malos. La crisis del ´94. Papá tuvo que cambiar su flamante auto último modelo por un volcho, y de ahí en adelante decidió que debía despertar a mamá para que le hiciera la cena como bien merecía un hombre que se rompía el lomo todo el día en una fábrica. Tenía dos métodos: uno, aventarle un almohadazo; el otro, levantarla a punta de insultos.

Una noche, pasadas las doce, escuchamos las llantas del volcho crujir sobre el garaje. Mamá nos pidió a mi hermano y a mí que nos quedáramos a dormir en su cuarto. Sólo yo accedí. Papá entró en la habitación, apreté con furia los parpados. Él encendió la luz y comenzó su ritual de palabrotas. Le regaló a mamá un repertorio de florituras dignas de un trailero. Ante este escenario, con mamá llorando sobre la cama, lo único que se me ocurrió fue abrir los ojos e ir a sentarme junto de ella y abrazarla. Y llorar como la hija que siempre quiso y finalmente tuvo, pero que dormía plácidamente en otra habitación.

-Vas a despertar a Bicho -dijo mamá en medio de sollozos.

-Cállate, pendeja -dijo papá aventando un cenicero que se hizo pedazos contra la cabecera de la cama-. Todo es tu culpa. Todo es tu pinche culpa.

Papá nunca le pegó a mamá, pero esa noche tuve mis dudas. Él se acercó a nosotros, mamá y yo llorando abrazados como unas magdalenas desamparadas, la sujetó del brazo y le volvió a decir:

-Todo es tu culpa, pendeja.

Los ojos desorbitados y llorosos de papá eran los de un borracho capaz de todo.

-Suéltala o te mato -dijo una voz en la habitación.

Era mi hermano. En pijama. Con su cuerpo de linebacker de los Acereros de Pittsburgh.

Papá ignoró a mi hermano como lo hizo conmigo. Como si nunca hubiera tenido hijos y ambos fuéramos unos fantasmas. Grave error. Mi hermano sujetó a papá por los brazos y lo empujó como un muñeco de trapo contra la pared.

Nunca supimos si papá se desmayó o se quedó dormido o simplemente fingió dormir o caer desmayado al perder su honor a manos de su primogénito. Fuera lo que fuera, mi hermano tomó de la mano a mamá y se la llevó a nuestro cuarto.

Apagué la luz del cuarto de mamá y en vez de irme con ella y mi hermano, subí a la azotea y me quedé allí preguntándome la madrugada entera qué demonios eran los que despertaba el alcohol dentro de ese señor que podía ser un ángel de día y un diablo de noche.



Un derrame cerebral sorprendió a papá en la lomita de pitcheo de la cancha de softball del Club Campestre al relevar a mi hermano luego de que al pobre le habían caído a palos desde muy temprano en la noche. Mamá y Bicho estaban en las tribunas, lo cual incrementó el horror. Faltaban pocos días antes de darle la bienvenida al cacareado milenio, lo cual lo hacía especial, al menos para papá y para millones de mexicanos, que esperaban con ansias, relamiéndose los bigotes, la entrada del nuevo Presidente de la República, que por primera vez en 71 años era uno que no pertenecía a la dictadura del PRI.

Todo esto ocurrió mientras yo me encontraba a cientos de kilómetros de casa; estaba en el DF y daba por sentado que era el hombre más feliz del mundo gracias a que papá me había pagado un boleto de avión para que fuera a visitar a mi primera novia, Paulina, psicóloga cinco años mayor que yo que conocí en las vacaciones de verano en Isla Mujeres. Gracias a Paulina descubrí mi vocación por las letras. Todas las noches en vez de hacer mis tareas de la universidad, me sentaba en la sala de la casa y me volcaba sobre mis libretas a componer toda suerte de poemas empalagosos, desbordados de miel, con una pasión y emoción que incluso superaba la emoción y pasión que sentía al pararme dentro de una cancha de fútbol.

-¿Mucha tarea? -preguntaba papá cuando llegaba sobrio a casa, muy orgulloso de ver a su hijo dedicado a las labores escolares.

-Sí -respondía con las mejillas coloradas intentando esconder mi vergüenza y las hojas de la libreta para que mi alma de escritor no fuera descubierta.


* * *


Papá agonizaba en la cama del hospital. Logré llegar a tiempo para verlo por última vez. Al entrar a la habitación quedé petrificado al observarlo conectado a una máquina. No parecía estar dormido. Tampoco muerto. Un par de enfermeras no me quitaron los ojos de encima. Tomé con vergüenza una de las manos de papá. Siempre había imaginado que de estar en una situación donde había que dar un discurso de despedida a algún ser amado, éste sería tan emotivo como los discursos que se decían en las telenovelas.

No fue así. Sostuve la mano de papá, tibia, porosas, de hombre trabajador, entre mis manos delicadas de señorita. Intenté concentrarme. Organizar mis ideas sobre el pib, pib, pib, de la maquina que indicaba que papá seguía aún con vida. Pensé en decirle muchas cosas: que fue un buen padre pese a sus innumerables borracheras, que lo amaba pese a todo, que fue un hombre ejemplar, recto, honorable, que era un borracho endiabladamente divertido cuando mamá no estaba a cien kilómetro a la redonda. Sin embargo, nada de eso me pareció tan importante o relevante en esos momentos como decirle que me perdonara por todas las veces que me vio en la sala desbordado sobre mis libretas, escribiendo supuestas tareas que me marcaban mis profesores para que un día fuera un flamante administrador de empresas que pudiera recuperar su fortuna dilapidada. Intenté confesarle que era un fraude. Que lo único que me importaba en la vida era crear mundos paralelos. Todo eso quise decirle de no ser por el bip, bip, bip, biiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiip de la maquina.


* * *


Papá no era un pendejo pero igual se murió. No lo hizo a lo grande como en sus sueños, es decir, estrellando una avioneta en el Gran Cañón del Colorado (nunca supe por qué eligió el Gran Cañón como sepultura en sus mortuorias fantasías) pero al menos se tomó la molestia de hacerlo rodeado de su esposa y sus tres hijos.

Papá padecía presión alta. El hermano de mamá, respetado médico familiar, le había advertido que tenía que dejar el alcohol y comer sanamente, o sea, estar muerto en vida para seguir viviendo. Papá ignoró la advertencia médica. Siguió bebiendo como cosaco y comiendo como cerdo.

-Antes muerto que dejar de tomar -dijo temerariamente.

Papá escupía sangre, cagaba sangre y siempre tenía el rostro colorado como un tomate. Cada que destapaba una lata de cerveza, el rostro feliz, se convertía en un kamikaze a bordo de una avioneta rumbo a el Gran Cañón de Colorado.





Nota: me fue imposible no publicar un capítulo de mi novela inédita luego de esta macabra coincidencia. ¿Cuándo voy a publicar toda mi novela en carne y hueso, o sea, en papel? Solo si este señor quiere. Traducción: puedes escribirle directamente a casciari@gmail.com y decirle: yo sí leería la novela de Rodrigo Solís.

martes, 6 de diciembre de 2011

Cachorro de colección en venta


Luego de dos semanas de gira artística, una enfermedad llamada dengue que me dejó tumbado en cama y encerrado en un departamento en el DF sin conexión a Internet, regreso a actualizar este blog rosa con un post que me dejará sin duda alguna como un mercachifle.
¿Eres una persona pudiente? ¿Solitaria? ¿Tienes alma filantrópica? ¿No ayudaste en el Teletón y te quedaste con ganas de salvar tu negra alma del Infierno? ¿Te gustan los animalitos pequeños?
Aquí están todas las respuestas que te ayudarán a no pasar una Navidad solo como un pobre perro.


Sí, un cachorro. Pero no cualquier cachorro. Este bello ejemplar es ni más ni menos que la hija de un perrito famoso.


Todos recordamos al adorable Taquito. Personaje de mi última novela. AQUÍ puedes ver bellas fotos de la interminable masculinidad de Taco. Y AQUÍ leer una de sus muchas aventuras, donde se demuestra que el bueno de Taco tiene genes indestructibles (que naturalmente ha heredado a su cachorro).


No dejes pasar esta oportunidad única. La hija de Taquito puede ser tuya por tan solo 10 mil pesos. Pero ojo, si dices que la viste en Pildorita de la Felicidad los duendes de la Navidad te harán un descuento de 2 mil pesos.
Oíste bien. Esta bella criatura peluda puede ser tuya por tan solo 8 mil pesos.

¡8 MIL PESOS!

¡Apártala YA!