En un día como no fue hoy (porque fue sábado) pero de hace 374 días (o sea, que nuestro cumpleaños fue hace más de una semana), este blog rosa hizo su primera aparición en el ciberespacio.
Aquí la historia de más o menos cómo dimos a luz.
Aquí la historia de más o menos cómo dimos a luz.
“Es espantoso leer en pantalla, el libro es mejor en todos los sentidos, pero yo creo que ya deberíamos bajarnos nosotros mismos del pedestal que supone decir que el libro es cultura, o sea, hay libros que son absolutamente espantosos, y cada vez más, cada vez más y son los que más se venden finalmente, y 20 minutos de libro no le hacen mejor a un chico que 20 minutos de televisión según qué sea el libro y según qué la televisión.”
- Hernán Casciari
Papá se acostó con mamá en una misma cama (supongo), porque por lo general papá dormía en una hamaca. Una cosa llevó a la otra. Nueve meses después (según tengo entendido sin reclamos por parte de papá, a diferencia del tercer y último embarazo de mamá que tuvo que ocultárselo hasta casi el día que se le rompió la fuente), mamá dio a luz a una bola de manteca. Por primera vez mamá cargó a un hijo suyo con una sonrisa pintada en los labios (muy a pesar de haber sido su segundo hijo y de haber batido los records del hospital al parir a uno de los bebés más gordos en sus instalaciones), pues esta vez no tuvo a el niño más feo del mundo como lo fue su primogénito; y no lo digo yo, lo dijo mamá presa de una terrible depresión post-parto (así se justifica ella) al decirle a su mamá que le alejara de su vista a ese niño tan horrible al que dio a luz con tanto esfuerzo. Definitivamente mamá no debió hojear durante tantos meses catálogos de ropitas y cunas para bebé donde aparecían bebés modelos escandinavos de blondas cabelleras y ojos azules como zafiros.
Horas más tarde en una incubadora del hospital pudo haber concluido esta historia, de no ser porque el papá de mamá (que, paradójicamente, con el transcurrir de los años se convertiría en mi peor enemigo) alertó a las enfermeras de que algo andaba mal con la incubadora, pues las uñas del bebé más gordo del hospital tenían un inusual color morado. La incubadora estaba en perfecto estado, el problema era el inmenso niño que yacía dormido boca abajo, o mejor dicho, sus inmensos cachetes de cuarto de kilo que le cubrían por completo su diminuta nariz de la pequeña Lulú al grado de casi matarlo de asfixia. Cinco minutos más tarde y dos discos cervicales dañados en la columna vertebral de la enfermera, el inmenso bebé dormía boca arriba plácida y sanamente, de lo contrario en el reporte médico hubiera aparecido el primer y único caso de un bebé suicida.
Minutos después, a 192 kilómetros del hospital donde casi fallece un enorme bebé presa de sus propios cachetes, nació P.
P y yo nos conocimos desde la cuna por esos nexos inquebrantables que une la sangre, al igual que un amargado abuelo en común. En una fotografía que podría servir como evidencia de que P y yo éramos unos bebés enormes se ve arruinada por la horrenda cara de un anciano que hace un vano intento por sonreír y concentrarse en sujetarme con una mano y con la otra a P. Al final solo salió la cara del abuelo con un rictus de dolor donde parece estar levantando a un par de cochinitos de sus cuartos traseros.
Pese a vivir en ciudades distintas, P y yo nos frecuentábamos con relativa frecuencia. Ya sea en temporadas vacacionales, puentes y/o fines de semana. Básicamente nos reuníamos para desperdiciar gloriosamente nuestros días. Y fue precisamente en uno de esos gloriosos días desperdiciados de nuestra infancia cuando ocurrió el primer destello de lo que se avecinaría muchos años después.
-Deberíamos comercializar estas caricaturas -le dije a P enseñándole un dibujo.
El dibujo era el de un pato dibujado en una libreta a cuadros Scribe. El pato tenía un disfraz sospechosamente parecido al de Superman (con capa y botas rojas incluidas) que se encargaba de sembrar el terror en Ciudad Muralla en compañía de sus secuaces (otros animales de granja enfundados en trajes también sospechosamente parecidos a los de Flash, Linterna Verde, El Hombre Araña, Batman, etcétera).
P observó la libreta y dijo:
-Creo que tienes razón, hay que comercializarlos. ¿Cuál es el plan?
Meditabundo me asomé por la ventana de mi cuarto para buscar inspiración y la encontré.
-Ya sé –dije-. Hagamos cientos de caricaturas del Súper Pato Asesino y luego las repartimos en todos los buzones de las casas del vecindario. De esta forma, si a los vecinos les gustan las aventuras del Súper Pato Asesino, en el próximo número les cobramos un peso a cada uno, así como hacen los repartidores del periódico –agregué sin tener muy claro el sistema de cobro de los repartidores de periódico.
-Asu, vamos a ser millonarios –dijo P dándose prisa en dibujar a un Súper Pato Asesino con una metralleta entre sus manos.
Dos horas después nos encontrábamos frente a la televisión jugando Nintendo. Súper Pato Asesino y la Liga de Secuaces Asesinos jamás vieron la luz pública. En pocos minutos descubrimos que no era tan sencillo copiar cientos de veces el mismo dibujo. A la quinta copia el Súper Pato Asesino parecía un garabato.
Muchos años después llegó la adolescencia. P se recluyó leyendo libros y viendo películas. Libros y películas extrañas y horribles. Yo en cambio utilicé mi cerebro para almacenar datos completamente inútiles como quién fue el líder de goleo en el Mundial de Uruguay 1930 o saber los nombres de los suplentes y cuerpo técnico del equipo campeón de los Pumas en la temporada 89-90. De ahí que los dos primeros libros que leyera de cabo a rabo fuera uno de Carlos Cuauhtémoc Sánchez que mamá me sonsacó a leer bajo la promesa de que sería un adolescente inteligentísimo, y el otro que fue un regalo de mi primera novia de la cual estaba enamorado como un becerro. Y como yo era joven y estaba enamorado como un becerro y me sentía inteligentísimo porque había leído dos libros decidí regalarle a mi novia un libro, porque ella era una mujer que me llevaba un lustro de edad, porque era esotérica y porque le gustaba leer muchísimo. Así que, el libro que le regalé no fue uno comprado en el Sanborns, no señor, si no uno que durante una semana entera me senté hora tras hora a escribir en una libreta Scribe a rayas, literalmente de mi puño y letra (o casi).
La segunda parte continúa mañana… (y mañana les diremos fecha, lugar y hora donde podrán, queridos lectores, venir con nosotros a celebrar el primer aniversario de este blog rosa).
8 comentarios:
pobres pendejos me los voy a chingar a todos
espero que la celebración no sea antes del 27! espero que en realidad haya una celebración. espero que anónimo sea más creativo a la hora de mentar madres, las mismas amenazas aburren!
oso pipope
Ya en serio, ¿quién es ese anónimo? Sospecho de la hermana mala de Yuri en Volver a empezar.
Me encanto la entrada, Felicidades atrasadas y ojala continuen pues coincidamos o no creo que todos por algo siguen leyendo esto y opinando no?
Saludos
seré invitado? seré invitado de honor por colaborar con esta mierda rosa, perdón rosa mierda? no dejen de sintonizar sus páginas mañana, o mejor el jueves, cuando esté dispuesto. Habrá mentadas de albañil de los setentas por parte de anónimo,acción,peleas entre p y rodrigo, spray anticangrejos y sexo entre yo y flor.
waaaaaaaaaw!!
yo kiero ir, q me inviten, y q la hagan de pijamas xq me kede con las ganas pliz
Ojala sea la hermana mala, porque estaba buenisima.
La fiesta es en la baticueva del duo dinamico, mejor conocida como la covacha, va a ser una noche en disco pepe.
Ojala el presupuesto de para rentar el nautico para tremendo acontecimiento.
Hey, que chido que ya estas de manteles largo con tu blog!!!!!, hubieras publicado con anticipación la invitación, no me va a dar tiempo de llegar....al menos que se acerque un poco al centro del pais.
xoxo
P.D. I hate anonimo....!!!
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