viernes, 18 de marzo de 2011

Evangelizándome


Hace cosa de un año tuvimos que echar a la muchacha de la casa. Fue un evento muy doloroso para todos. En especial para ella, que se quedó sin trabajo y con una hija estrenándose en la adolescencia embarazada del novio. Verla llorar y marcharse fue algo horrible, una de las peores cosas que he visto en mi vida.

Nuestra muchacha tenía 28 años en casa. Todo un record. Llegó cuando yo tenía un año de nacido. Era como parte de la familia (y cuando antepongo la palabra como a “parte de la familia” entiéndase que la queríamos mucho pero no tanto como se quiere a una hermana o a una hija o a una tía). La sociedad clase media somos hipócritas. Explotamos a la clase social menos favorecida, mejor conocida como indios. Sí, porque además de hipócritas somos racisitas y clasistas. Yo no me voy a ir por las ramas y negar la cruz de mi parroquia: la muchacha era como parte de la familia, pero una parte de la familia más bien jodida por que no comía en la mesa con nosotros ni veía la telenovela en el cuarto de mamá. Eso sí, nos quería muchísimo y nosotros a ella. En los buenos tiempos, de bonanza familiar, desfilaron 3 o 4 muchachas que la ayudaron con los deberes de la casa. Por x o por y todas se marcharon, menos ella. Ella permaneció 28 años con nosotros. Como un perro fiel. La vimos embarazarse del alcohólico y mantenido de su esposo; vimos nacer a su hija; vimos que su hija aprendiera a caminar y leer, crecer y llegar a los ardores de la adolescencia donde sucumbió a las bajas pasiones del indito de su novio que la dejó embarazada tal como ocurre con la mayoría de las adolescentes de los pueblos.

Las amigas de mamá le aconsejaron a mamá que tratara a la muchacha como debe ser tratada una muchacha, es decir, cual cuasi esclava. Que le diera de comer las sobras del almuerzo, que entrara a trabajar al despuntar el sol y se marchara al oscurecer, que viviera en un cuarto sucio y sin baño, que le pagara menos del salario mínimo, etcétera.

Fue duro ver partir a la muchacha en un mar de lágrimas. Si bien nunca fue parte de la familia (y ella lo sabía, tonta no era) mamá la dejó hacer todo lo que quiso (tal como a sus propios hijos): desayunaba y almorzaba la misma comida que todos comían en casa (también se robaba comida del refrigerador y de la alacena para el alcohólico de su esposo); se llevaba ropa y accesorios del clóset de mamá y de mi hermana; entraba a trabajar dos horas tarde y apenas llegaba se ponía a ver televisión dos horas antes de comenzar con sus labores; su cuarto tenía baño y lo tenía hecho un muladar en protesta por tener que limpiar una casa que no era suya (mamá entraba dos veces por semana y lo limpiaba de arriba a bajo convirtiéndose en su sirvienta personal); cuando nos íbamos de vacaciones la casa se convertía en un motel de paso (más de una ocasión vimos al gasero y al repartidor de agua salir huyendo por la parte trasera de la casa); no tenía empacho en llevarse los ahorros de los tontos que guardaban su dinero en sus cajones de ropa y no en un banco.

Un día la muchacha cometió el error de robar un par de anillos de diamantes valuados en una pequeña fortuna. Los anillos no eran de mamá ni de mi hermana: eran de mi prima que vino de visita. Más que el valor monetario, lo que hizo llorar a mi prima fue el valor sentimental: eran sus anillos de compromiso y matrimonio.

No hubo forma de encubrir a nuestra pícara muchacha. Logramos que no se levantaran cargos. Sin embargo, su despido fue inevitable. Ahora tenemos a una nueva muchacha. Una jovencita pura y santa. Hacendosa. Puntual. Silenciosa. Cristiana hasta la médula. Ella sabe que soy escritor y que como buen intelectual cultivo mi cerebro mientras cago. Por eso, todas las mañanas, subrepticiamente intenta convertirme a su religión. Miren lo que me dejó ayer sobre el bacín.





Bien por ella. Lástima que me cague todos los días en su Dios. Si Dios existiera ni ella ni nadie tendría que limpiar la miarda de otras personas para vivir. Mi nueva muchacha cristiana cree que me está convirtiendo. Que pronto seré una oveja de su rebaño. Por lo pronto, yo finjo muy bien. Le hago plática y le digo que me cuente más cosas de su Dios para que ella siga limpiando mi miarda. Esta mañana me invitó a su iglesia. Accedí. Y esto fue lo que ocurrió delante de mis ojos.





http://youtube.com/watch?v=_RYq-KiKjrM


Mañana será tarde de exorcismo. Estaré en primera fila. Mi nueva muchacha cristiana me ha hecho olvidar más pronto de lo que creía a mi antigua muchacha pícara, la cual, espero Dios proteja y nunca la envíe a la cárcel.

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