martes, 9 de diciembre de 2008

El derecho del contrato matrimonial colectivo y múltiple



Si usted fuera miembro de la porra de Chivas, seguramente no le iría a la vez al América. Pero tal vez sí tendría simpatía por algún otro equipo, como Morelia. Asimismo, los demás hinchas de la porra de Chivas no aceptarían a alguien que a la vez tuviese simpatía por el América, pero posiblemente sí a un aficionado del Morelia. A fin de cuentas es un asunto que le compete únicamente a los aficionados que forman las porras de esos equipos y a nadie más. Pero ¿qué le parecería que hubiese una ley que prohibiese irle a más de un solo equipo?

¿Y qué le parecería que si usted quisiera abrir una empresa, la ley le prohibiera tener más de un solo socio con determinadas características y que no pudiese abrir más de un negocio hasta que cerrase el que tiene abierto? ¿O que solamente tuviera permitido comprar y vestir una sola marca de ropa, leer no más de un periódico o escuchar un género de música y ninguno otro? ¿O que si usted fue bautizado o iniciado como fiel a un credo religioso la ley le impidiera participar en otro culto bajo el argumento de que usted ya tiene una religión y no puede tener más? ¿No le parecería una arbitrariedad? ¿Una imposición absurda?

¿Entonces por qué en algo tan íntimo, tan personal, como el decidir con quiénes y bajo qué condiciones o acuerdos quiere vivir uno, el Estado impone límites como el matrimonio monogámico y único? ¿Cuál es entonces el fundamento del matrimonio civil exclusivamente monogámico, limitado únicamente a dos personas de distinto sexo e impedidas de efectuar algún otro mientras esté vigente? ¿Hay una razón fundada en descubrimientos científicos, necesidades económicas o hechos sociales?

Desde luego que el fundamento no puede ser una creencia religiosa, puesto que el matrimonio civil es una de las primeras instituciones de un Estado laico en el derecho positivo y el gobierno republicano. No obstante, parece que su consagración y exclusividad en la ley no tiene otra razón que la de la persistencia de un orden social edificado en creencias religiosas que consideran a ese tipo de matrimonio como el único moralmente legítimo, acorde a un supuesto orden natural querido por Dios y cualquiera otro es pecaminoso, inmoral, inhumano o contranatura.

Asimismo, prevalece en la Constitución y las leyes esa expresión ambigua de “la moral y las buenas costumbres”. ¿Cuál moral? ¿La moral de quién? ¿Cuáles costumbres son buenas y cuáles malas? ¿Las que arbitrariamente decida un policía, un ministerio público o un juez? En un Estado moderno no puede haber otra moral que no sea la de los derechos humanos y las buenas costumbres son todas aquellas que no sean contrarias a ellos. Al Estado le compete la seguridad pública, patrimonial y social, y no juzgar la moral de los ciudadanos.

Si uno tiene derecho a abrir todos los negocios que quiera o pueda con todos los socios que quiera o pueda, ¿por qué en el caso del matrimonio no?, si a fin de cuentas ambos son contratos, acuerdos de voluntades en el que la autoridad sólo debe ser testigo y garante de que las partes cumplan sus compromisos. Luego, entonces, si está reconocido y garantizado el derecho de asociación, los derechos sexuales y reproductivos y el derecho a formar una familia, no cabe restringir a ninguna persona la libertad de realizar los contratos matrimoniales que quiera con cuantas personas así lo convengan.

El matrimonio monogámico y único no garantiza familias felices en las sociedades en las que está instituido. Allí están los millones de casos de violencia doméstica. La mayoría de las violaciones se realizan en el hogar de la víctima y el victimario es en muchos casos un familiar, el padre en no pocos. Incesto-violación-abuso sexual, algo que podría ser más frecuente en las familias monogámicas de Occidente que en las poligámicas de Medio Oriente. El respeto de los jóvenes a los ancianos, el cuidado de los padres en su vejez y la responsabilidad de los padres por sus hijos, pueden ser también más característicos de las sociedades poligámicas musulmanas, no obstante la pretensión de superioridad moral de los cristianos —incluyendo a varios de sus pastores pederastas.

Quizá los árabes no sean tan polígamos como los occidentales —cristianos o no. Por lo menos no tan simuladores, puesto que reconocen a todas sus esposas e hijos. Tras el orden legal formal impera el orden de la simulación: el sancho, el pollo, la amiguita, la casa chica, las capillitas, los cuernos, son algunas de las expresiones populares pícaras para referirse a la poligamia, el adulterio o la infidelidad como el pan nuestro de cada día o uno de los rasgos característicos de nuestra sociedad. Vivimos en una sociedad de muchas madres solteras, de hijos que crecen sin padre o con un padre que viaja mucho. De hijos criados por abuelas, sirvientas o empleadas de las guarderías, otros criados por la televisión y algunos por la calle. De respetables padres de familia nuclear tradicional, prominentes hombres de negocios y encumbrados políticos que dilapidan fortunas en prostitución y pornografía infantil.

El derecho al contrato matrimonial colectivo y múltiple no es el del machismo y maltrato a la mujer, en el que un hombre puede tener todas las esposas que sea capaz de mantener. Es, en primera instancia, que cada quien pueda cohabitar con las personas que quiera sin que sea considerado como un modo de vida inmoral o contrario a las buenas costumbres, y esto derive en discriminación, negación de oportunidades o impedimento legal de cualquier índole. Las sociedades de convivencia deben ser un campo abierto a tantos integrantes del sexo, género y preferencias como vayan acordando ellos mismos: una mujer con varios hombres o varios hombres con varias mujeres. Y que cada uno de ellos pueda formar parte de tantas sociedades como así lo acuerde.

En segundo término, este derecho es el de que esas comunidades o sociedades de convivencia puedan realizar contratos de unión en los términos y con las cláusulas que ellos convengan, sean de fidelidad o no y con la posibilidad de pertenecer a otras. También es el derecho a que cualquier hombre o mujer pueda celebrar los contratos matrimoniales de pareja que quiera o pueda: uno, dos, cinco o veinte.

El quebrantamiento de la familia nuclear tradicional no es una consecuencia de la pornografía, ni de la televisión, ni de “la pérdida de valores”. Antes que nada es la consecuencia de una economía que ha hecho a unos cuantos inmensamente ricos y crea miseria para millones de familias que se desintegren al tener que emigrar a Estados Unidos, que lleva a millones a jornadas de trabajo que impiden la convivencia entre madres e hijos, así como de la falta de un sistema de seguridad social que efectivamente asista a las familias.

Políticos de izquierda y de derecha han impedido la institución legal de lo que se ha llamado sociedades de convivencia. Hasta ahora han actuado a partir de lo que consideran que les reditúa más en cuanto a votos, popularidad o juicio positivo en la opinión pública, pero no en consideración a los derechos humanos. ¿Cuántos de ellos no tendrán más de una relación extramarital de una u otra preferencia o inclusive multimarital?


4 comentarios:

Lus dijo...

Por eso yo ayudo a la promoción del Simi-Matrimonio. "Es lo mismo pero más barato" y es "Generico e Intercambiable"

Rodrigo Solís dijo...

Lus: muy bien dicho, por eso nuestra relación va de perlas.

Anónimo dijo...

Este Héctor es bueno escribiendo. Lo poco que he leído de él ha pasado la prueba de calidad.

Buen refuerzo de la pildorita, a ver si Héctor ayuda a que no decaiga el blog, jaja. Saludos.

Anónimo dijo...

hector muy bien dicho, se han valido de la idea telenovelesca de matrimonio para pisotear los derechos de millones de personas, tanto así que ni siquiera se les permite visitar a su pareja en el hospital, o heredar... completamente absurdo...

el karate pig