jueves, 30 de abril de 2009

10 libros infantiles que nunca leíste cuando niño (pero que aún no es tarde para leer)

Hoy es Día del Niño. Y es por culpa de los niños que existen dos cosas esenciales para mi vida: la literatura infantil y 31 minutos. Para presentar este recuento de Libros Infantiles Que No Tenías Por Qué Haber Leído Pero Que Aún No Es Tarde Para Leer, recurro a un fragmento del texto “La infancia recuperada” que puede encontrarse en mi blog (y en donde hay más recomendaciones):

“Libros tan inútiles como los infantiles nos devuelven la pasión primigenia de la literatura: buscar aquello que no nos aburra. Escoger por intuición, por voluntad o por capricho. Elegir por culpa de cualquier detalle, por el título, por las ilustraciones, por lo que sea. Abandonar la lectura al primer cabeceo, retomarla sin obligaciones cualquier día, no hacer resúmenes, no leer biografías de nadie, no atender demasiado a los premios. Aprender más que nada del entusiasmo de los amigos”.

Vengan entonces esos diez:


Zoológico de Anthony Browne. ¿Cómo se verían los humanos si los observáramos con el mismo detenimiento de un documental del Animal Planet? Como una manada diversa y deprimente: papás autoritarios, niños caprichosos, mujeres tristes. Ese es el panorama de aquellos seres vivos –sin jaula- que nos ofrece Anthony Browne en este libro que narra el recorrido de una familia en su visita al parque zoológico. ¿Te resulta triste ir a ver animales tras las rejas? Eso no es nada cuando te detienes a ver a los que los visitan.



La recta y el punto de Norton Juster. ¿Una historia de amor? Mejor que eso: un romance matemático. La sensata recta se enamora de un punto que a su vez se siente atraído por un garabato (que es “más espontáneo” que su rival). ¿Qué hará la línea recta para conquistar al punto sin traicionarse a sí misma y de paso sin traicionar los principios de Euclides?



El vampiro y otras visitas de Triunfo Arciniegas. Un diablo pierde una moneda y va a reclamarla a la casa del niño que la recogió. Éste niega todo. “¿Quién era?”, dice su hermana. “Un pobre diablo”, dice él. Sin embargo tener esa moneda no es precisamente un ejemplo de suerte. En otro cuento, una mujer regresa de la muerte para esperar el amor de su marido quien la dejó por otra –una negra monumental-. “Te vas a morir esperando”, le dice su sobrino. “¿Otra vez?”, responde ella. En otro relato, un ángel que recibe unas alas por correo, pero no recibe el correspondiente instructivo, de modo que no puede volar, pero tampoco deshacerse de las alas. Eso lo pone triste. “No quiero terminar como esos infelices que predican en los parques con una Biblia en la mano”, dice.



Cuentos escritos a máquina de Gianni Rodari. Una prosa rapidísima, crítica y cuya lectura supone el riesgo de atragantarnos de la risa. Un lagarto que quiere concursar en un programa de televisión, unos alumnos que en clase de Historia viajan al pasado para verificar cuántas puñaladas recibió el César, una guerra de poetas con demasiadas rimas en “o”, marcianos que quieren llevarse de souvenir la Torre de Pisa, un anciano que a falta de atención en su casa decide irse a vivir con los gatos callejeros. De verdad, una obra de arte.



Petit el monstruo de Isol. Uno de los cuentos más hermosos sobre la relatividad entre el bien y el mal. El libro comienza con una pregunta básica en la vida de cualquier mamá: “¿Cómo es posible que un niño tan bueno haga a veces cosas tan malas?” El pequeño Petit indaga esa y otras cuestiones: Por qué puede sentir solidaridad por el niño más detestable de la clase y por qué a veces es amable con el abuelo, pero infame con los pájaros que apedrea. Ante la ambigüedad de aquello que nos han dicho que es bueno o malo, Petit duda si no será él mismo una especie de monstruo que combina la maldad y la bondad en dosis inexplicables.



Cuánto cuenta un elefante de Helme Heine. Háblenles a los infantes de matemáticas y quizás reciban unos mohines de asco. Háblenles a los adultos de caca de elefante y posiblemente tengan la misma reacción. Junten las matemáticas y la caca para hablar de la muerte propia y obtengan uno de los cuentos más extrañamente poéticos que puedan leerse.



Quiere a ese perro de Sharon Creech. Aceptémoslo: nunca has entendido eso que otros llaman “poesía” y ahora mismo no puedes justificar por qué hay premios tan jugosos para cosas que hablan del “salitre”, el “aguacero” o las “púberes canéforas que ofrendan el acanto”. Igual piensa Jack, un niño para quien la poesía es cosa de chicas y para quien si “La carretilla roja” es un poema, entonces cualquier cosa es un poema. Quiere a ese perro trata del descubrimiento de la poesía a manos de la propia vida, una maestra, algunos buenos tipos como William Blake o Robert Frost… y un perro.



Las brujas de Roald Dahl. ¿Quieres un final feliz? Aquí no lo vas a tener. Pero por otro lado, ¿quieres una de las historias más delirantes, escalofriantes e imaginativas de la literatura infantil? Ni siquiera te esfuerces tanto: la respuesta la tiene otra vez Roald Dahl. Las brujas, ya has de saber, cuenta la historia del congreso de hechiceras y su plan por convertir a los niños en ratones. Se dice que Dahl empezó a escribir este relato después de asistir a un coloquio de escritores. Lo mejor del caso es que sí lo creo.



Los misterios del señor Burdick de Chris Van Allsburg. Cada uno de los 14 cuentos de este libro tiene el siguiente contenido neto: una ilustración, un título y un epígrafe. ¿Suficiente para contar una historia? Vaya que sí. Es prácticamente imposible ver cada página sin crear una narración. Van Allsburg ha inventado el artefacto más entretenido para ser escritores y no pagarle a un tutor que lance nuestros poemas al bote de basura.



Las aventuras de Max y su ojo submarino de Luigi Amara. Max pierde su ojo después de tanto tallarlo por culpa del smog. A pesar de andar rodando por ahí, el ojo nunca deja de ver y le permite a Max llegar a lugares a los que usualmente no llegaría. Ya sea en una pecera o amarrado a la cabeza de su gato, el ojo de Max le muestra paisajes novedosos (salvo en el momento en que el gato monta a una gata y entonces el ojo sale disparado de tanta sacudida). Una obra en verso en verdad entrañable y que tiene la participación, nada menos, que de un Oso Bipolar.

1 comentario:

Rodrigo Solís dijo...

Antes que te vayas, sin que lo adviertas, Pepe va a robar de tu estante este top 10, y yo, el otro top ten.