Cuando era
niño, juraba que el tigre Toño, el volcho y Condorito eran más mexicanos que la
Virgen de Guadalupe. En realidad, creía que todo lo que me rodeaba era de
origen mexicano. Incluso me costaba creer la posibilidad de que los seres
humanos no fueran todos oriundos de México.
-Tu tía es
puertorriqueña –intentó explicarme mamá.
-Por eso, Puerto
Rico está en México –defendí mi lógica geográfica.
-No, hijo,
Puerto Rico es un país que pertenece a Estados Unidos –mamá se frotó las manos
para no perder la paciencia.
-Imposible,
mi tía habla español, la he escuchado por teléfono –mis ojos se abrieron y
cerraron, síntoma de que mi cerebro estaba a punto de hacer corto circuito.
Tiempo
después visitamos a mis tíos y quedé más confundido al descubrir que Puerto
Rico no era un país sino una isla. Del mismo modo en que quedé boquiabierto al
viajar a Estados Unidos y toparme en los estantes del supermercado hileras de
cajas de Zucaritas bajo el nombre de Frosted Flakes con un tigre idéntico al
tigre Toño, con la única diferencia de que el tigre gringo se llamaba
Tony.
En cuanto
al volcho, fue un acto de fe creer que no era mexicano. Su diseño era horrendo,
su precio bajísimo, e imaginar que un alemán cupiera en los asientos traseros
era tan inverosímil como que México saliera campeón de la Copa del Mundo.
-La
fábrica está en Alemania –me explicó papá.
-Imposible,
el Puebla tiene la marca del volcho en su camiseta –dije
abriendo y cerrando los ojos con incredulidad.
-Eso es
porque los alemanes pusieron una planta en la ciudad de Puebla para pagarle
salarios de hambre a los trabajadores mexicanos mientras ellos se hinchan los
bolsillos de dinero –dijo papá destapando la duodécima cerveza de la noche-. Te
digo que yo visité la fábrica en Alemania cuando me gradué de la universidad,
justo antes de cometer el peor error de mi vida al casarme con tu mamá.
Condorito
fue el último mito en derrumbarse. Para mí, era tan mexicano como Cantinflas o
el Chavo del 8. De hecho no recuerdo el momento exacto en el que alguien me
dijo que el personaje que alimentó mi infancia con su picardía y derrotismo
ante la vida era chileno. Quizá ese sea el motivo por el que cada que veo jugar
a la selección de Chile, mi corazón está destinado a sufrir microinfartos cuando
la pelota pasa a 10 metros de su portería.
Chile
vive tan engañado como yo de pequeño. El problema es que a ellos no hay quien
los saque del error de vivir creyendo que sistemáticamente cada que se enfrenten
a Brasil van a perder, sin importar que su máxima amenaza fuera un penoso tridente
conformado por un fisicoculturista, un basquetbolista y un clavadista.
Cuando los
chilenos reventaron el travesaño a escasos segundos de finalizar el segundo
tiempo extra, no hubo una sola persona en el estadio (o entre los millones de
televidentes) que en verdad creyera que Chile tenía posibilidad alguna de ganar
en la tanda de penales.
Todos
sabíamos que los chilenos se estaban frotando las manos por fallar cada uno de los
penales para poder echarle la culpa al macabro destino y alimentar con otro
terrorífico capitulo su enciclopedia de tragedias.
Colombia
luce invencible. Si no fuera porque su bandera aparece imborrable a un costado
del marcador en los 90 minutos de los partidos, juraría que estoy delante del
mítico Brasil del 70 del que tanto me platicó papá.
3 comentarios:
Puerto Rico? No querrás decir...COSTA RICA?
Veamos Paola, ya que es un dilema esto.
Según el autor, su tía vivía en una isla, perteneciente a EEUU, y que hablan español.
Con estos argumentos, haciendo la comparación podemos decir que:
1.- Es una isla. Costa Rica "NO", Puerto Rico "SI". Punto para PR.
2.- Pertenece a EEUU. Costa Rica "NO", Puerto Rico "SI". Punto para PR.
3.- Hablan español. Costa Rica "SI", Puerto Rico "SI". Empate.
Difícil el resultado.
Claro, a menos que hasta en eso hayan engañado al autor y resultase que si, que es CR.
Por cierto, no con Costa Rica iba a jugar México si en sueños le hubiera ganado a Holanda?
Paola: eso, Costa Rica, es que para mí todos los países de Centroamérica y el Caribe son igualitos.
Ernesto: gracias por evitarme dar una kilométrica respuesta.
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