El año 2012 fue trágico para mí. El Mundial de Corea-Japón lo pasé de
noche, o mejor dicho, con los ojos a media asta todas las madrugadas. Fuera
máscaras, a quién quiero engañar, me perdí el 80% de aquella Copa del Mundo. No
me averguenza admitirlo, probablemente fue el peor Mundial que se haya visto
jamás (quizá sólo superado por Italia ´90).
Sin embargo, hoy día, mi desgracia radica en que Brasil 2014 está siendo
un Mundial espéctacular. O al menos eso es lo que hasta el panadero de la
esquina anda pregonando a los cuatro vientos, mientras yo tengo que conformarme
con echar mano de mi imaginación cuando en mitad de todas las juntas de
trabajo recibo alertas en mi celular que me informan que Messi se ha cansado de
marcar goles en cada partido.
Si logro
llegar a viejo, cuando quiera empacharme de nostalgia veré los programas en 8D rememorando los Mundiales, y al ver a Messi gambetear y
cobrar tiros libres magistrales, sentiré la misma rabia e impotencia que me
invade en la actualidad cada que pasan vídeos de Maradona desparramando
ingleses en el césped de un México ´86, donde era un niño imbécil de seis años
dotado de una memoria incapaz de recordar imágenes luminosas salvo los gritos
delirantes de adultos que miraban endiosados la televisión en otra habitación.
Me cuentan
los analistas de ESPN y el público en general que los franceses están jugando
como dioses. Me hubiera encantado comprobarlo con mis propios ojos, lástima que
tuve otra junta a las 4 de la tarde.
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