Y ocurrió el milagro. México le arrancó un punto a Brasil en
su propio Mundial. Milagro para personas como yo, que de niños tuvimos que
adoptar otra nacionalidad, ya que México no jugó la Copa del Mundo de Italia
´90. Sin embargo, para los niños que tuvieron la fortuna de presenciar su
primer Mundial de Estados Unidos ´94 en adelante, están más que habituados a ver
que la Selección mexicana no pierda contra las superpotencias, al menos no en
la primera fase. Las estadísticas son frías: dos empates contra Italia, uno
contra Holanda y victoria sobre Francia. ¿Por qué las nuevas generaciones habrían
de sorprenderse por un empate contra Brasil? Le hemos ganado finales de Copa
de Oro, Copa Confederaciones y la medalla de oro olímpica.
Despojándonos de patriotismos, Brasil fue superior a México.
Sin embargo, quien sepa leer los rostros de los jugadores, pudo darse perfecta cuenta
que Brasil desperdició 45 minutos preocupándose en no ser humillados nuevamente.
La historia de un pentacampeón pesa, pero no juega dentro de una cancha de
fútbol. Lo sabían de sobra los brasileños que estaban dentro del campo y en la
banca, e incluso los miles que abarrotaron las tribunas. Sus caras eran de consternación,
de saber que enfrentaban otra vez al delantero horripilante que les clavó dos pepinos
en la final de la Olimpíada.
Cierto es que Brasil tuvo cuatro jugadas clarísimas de gol, que
de haberlas concretado, estaríamos hablando de otra humillación más a cuestas.
Remontarnos al cavernoso pasado, a las tristes épocas de nuestros padres y
abuelos, acostumbrados a los desastres. Pero apareció Ochoa. Y el mundo entero
se rindió a sus pies en alabanzas. ¿Se imaginan si todos esos chupamedias supieran
que en la banca tenemos a dos porteros mejores?
Sí, dirían que estoy loco. Pero no importa, lo sostengo.
México debería exportar a Europa como mínimo tres porteros al año. Reto a que recuerden
cuándo fue el último partido de un Mundial en el que un guardameta mexicano
cometió un error que nos haya costado un gol. O un gol en el que el portero
haya podido realmente evitarlo. No puedo creer que los visores de los equipos
europeos todavía no reparen en este dato.
Y para cerrar, el fenómeno Ochoa es exactamente el mismo que
ocurrió en Italia ´90; a diferencia del resto del mundo que se arrancó las
vestiduras de la emoción al ver a René Higuita realizar las salidas más suicidas
con el balón, a los mexicanos nos pareció cosa de niños en comparación con las
gambetas que realizaba Jorge Campos todos los domingos en la liga casera. ¿Acaso
también ya olvidamos que cada fin de semana era costumbre ver a Ochoa salvar al
América de sistemáticos 4 a 0?
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