¡¿Todavía no has visto Jurassic World?! Felicidades, eres
afortunado.
Al aparecer en pantalla
los créditos
finales de la película, lo que más sorprende (además de haber desembolsado dinero por verla) es que fue escrita no por una,
ni por dos, ni por tres, sino por cuatro personas. Si desconectas tu cerebro y
te repites a ti mismo varias veces que has entrado a ver una película de dinosaurios, la trama comienza
bien: un millonario ha reabierto el parque temático de diversiones y los encargados de marketing descubren que los
clientes se han habituado tanto a ver los mismos dinosaurios de siempre que el
show les resulta tan aburrido como ir a ver elefantes al zoológico; para solucionar este problema de
entretenimiento deciden atraer a las grandes marcas comerciales para patrocinar
los lanzamientos de nuevos dinosaurios genéticamente modificados.
-¡Esto es el colmo! -protesta un
empleado- primero las marcas tomaron los nombres de todos los estadios
deportivos y ahora van a ponerle nombre a los dinosaurios.
De ahí en adelante comienzan las chifladuras.
Pareciera que a los cuatro guionistas de la película los hubieran puesto a jugar al ejercicio literario de escribir
el libreto por partes, teniendo que continuar con la historia hasta donde el
otro escritor dejó la chifladura en cuestión. Y por chifladuras no hay que pensar en los velociraptores
amaestrados o el proyecto de implementar a los dinosaurios como armas de
guerra.
No, lo más descabellado que detona y convierta a
Jurassic World en el churro del 2015 es la siguiente encrucijada
que se convierte en el hilo conductor de la película.
A este señor indio (que es uno de los 10 hombres
más ricos
del mundo, si mal no recuerdo, el número 7), le informan que el nuevo dinosaurio que acaban de crear en
los laboratorios es el monstruo más peligroso e inteligente sobre la faz de la Tierra, y, oh sorpresa,
se ha escapado de su jaula para dirigirse al parque de diversiones a masacrar a
todos los dinosaurios herbívoros y los poco mas de 20 mil visitantes humanos.
Star Lord, un genio, advierte que hay que sacrificar al animal.
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Entonces el indio debe
decidir si matar al dinosaurio que le costó veintitantos millones de dólares, o, dejarlo vivir y arriesgarse a que destruya un parque de
miles de millones de dólares.
Si el indio en vez de
haber sido un personaje salido de la cabeza de cuatro retrasados mentales
hubiera sido un multimillonario de verdad como Carlos Slim o Román Abramóvich, nos hubieran ahorrado a todos los incautos amantes de las películas de verano las 2 horas de
inclemente sufrimiento y 65 pesos.
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