A estas alturas te habrás enterado, salvo que seas una ostra, o por culpa de Pildorita que llevaba casi un año fuera de circulación, que en este momento se están llevando a acabo las elecciones. Habrás deducido también, que los partidos políticos gastaron cientos de millones de
pesos en sus campañas. Dato que no es ninguna noticia exclusiva o secreto de Estado, ya que los mismos funcionarios tienen la poca vergüenza y tacto de decirlo en nuestras
caras.
Cifra escalofriante que a
nosotros, al parecer, ciudadanos oriundos de Montecarlo, Mónaco u otro principado europeo, nos
hace lo que el viento a Juárez.
¿Acaso los políticos no han encontrado otra forma más creativa de dilapidar montañas de dinero para seducirnos a votar en vez de contaminar
visualmente todas las ciudades del país con sus caras falsamente sonrientes y photoshopeadas
en cada poste de luz, puente peatonal, barda, spot de radio, televisión e
Internet?
Para entender este fenómeno, haré el ejercicio de ponerme en sus
zapatos. Si fuera candidato político, en vez de contaminar visualmente todas las ciudades del país con mi hermosa cara en cada poste de
luz, puente peatonal, barda, spot de radio, televisión e Internet, lo que haría es una campaña donde le comunique a la prole ciudadanía, que si votan por mí serán acreedores a un boleto numerado que les dará el derecho a participar en un gran sorteo (con bolitas como el
Melate) donde se rifen ¡1,172.8 MILLONES DE PESOS!, concurso que, por supuesto, ganará (por esas coincidencias genéticas de la vida) algún familiar mío, pero claro, eso lo descubrirán ustedes, o sea, el electorado, hasta
que aparezca la nota en la primera plana de algún periódico cuya nómina sea pagada por un partido político rival envidioso, acusación tardía para levantar acción legal en mi contra, ya que (gracias a las bondadosas leyes hechas
por los propios políticos) tendré fuero
político y
podré gobernar
a mis anchas ante la mirada indignada e iracunda de todos los ciudadanos que, a
lo mucho, lograrán desgarrarse las vestiduras (y los dedos) de teclear tuits y
hashtaguear #pinchespoliticosladrones
Por supuesto, mi propuesta
es una fantasía. Si en
verdad se quiere ganar las elecciones, lo que se debe hacer es seguir estos
ilustrativos pasos.
Paso 1.
Dirigirse a la agencia de
publicidad de cualquier familiar o pariente o amigo que te deba un favor o que
pueda hacer una factura mayor al monto real.
Paso 2.
Sentarse en una cómoda silla y observar a tu equipo de
trabajo dialogar con un grupo de publicistas, a los cuales deberás pagar una pequeña fortuna (con el dinero del pueblo,
en cómodos
plazos o en el tiempo que dure tu mandato, si es que ganas, claro).
Paso 3.
Proyectar ante la opinión pública y la ciudadanía una imagen diametralmente opuesta a la que se tiene en realidad, es decir: si eres gordo, serás flaco.
Si eres Mickey Rourke,
serás un
angelito de Victoria´s Secret.
Si eres indígena,
serás ario.
Si eres hombre, serás mujer.
Si eres Carmen de
Mairena, serás una
apacible abuelita.
Si eres equino, serás ser humano.
Etcétera.
Paso 4.
Dejar de ser quien
eres para convertirte en una marca. Sí, escuchaste bien. Una marca.
Al convertirte en una
marca necesitarás exactamente lo mismo que necesita un pastelito esponjocito
cubierto de chocolate y relleno de mermelada y crema para ser recordado y luego
consumido. Así es,
un eslogan pegajoso, de preferencia, que rime con tu nombre.
O con tus verdaderas
intenciones.
O si lo amerita (o te da
un ataque de creatividad), también puede rimar con el número de distrito que anhelas gobernar.
Si todavía sigues creyendo que los publicistas
son unos charlatanes vende humo, lee con atención el último paso.
Paso 6.
Viaja al momento en que
dejaste de ser una vergüenza pública, o sea, cuando dejaste de ser un Nini y fuiste por primera vez
al supermercado. Lo sé, te temblaron las piernas al ir por el aceite de cocina y ante tus
ojos se desplegó un universo de botellas de todos tamaños y colores en un kilométrico anaquel. Tuviste cuatro opciones: llamar a mamá y preguntarle qué aceite de cocina usa (so pena de quedar como un bebé) o tomar la botella más barata (so riesgo de morir envenenado) o leer una por una las
etiquetas de cada botella y comparar cuál tiene el grado nutrimental menos nocivo para tu salud (so riesgo
de perderte el partido de México que está por comenzar) o agarrar (como agarraste) la botella que anuncia un
sonriente y saludable maestro de yoga que aparece en la televisora con más rating del país.
Ahora, ¿sigues creyendo que los publicistas y
los políticos son
unos retrasados mentales?
3 comentarios:
Hola Rodrigo, aunque la política no sea mi fuerte, no deja ser imprescindible para la buena armonía de los pueblos. Gran resumen el que nos expone en este post.
Que tenga un bonito lunes :)
Un abrazo,
Francisco
Gracias querido Francisco, abrazo de vuelta.
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