lunes, 9 de junio de 2008

Una deliciosa mentira



“TODA MENTIRA DE IMPORTANCIA NECESITA UN
DETALLE CIRCUNSTANCIAL PARA SER CREÍDA.”


- Prosper Mérimée


Esta semana continuaremos con las mentiras deliciosas. Y no vaya usted a creer que esta columna se ha convertido en una glorificación de la mentira, no señor, es solo que hay días en los que vale la pena ir al baúl de los recuerdos, abrirlo y sacar una de ellas, desempolvarla y luego admirarla con cariño y orgullo como quien mira, luego de salvar el pellejo hace muchos años, una medalla ganada en la guerra, con coraje, justicia y honor.

Era el último día de clase en mi primer semestre en la universidad. Y cuando digo último me refiero literalmente a mi último día en la universidad porque tenía claro que me echarían de la escuela si no aprobaba el examen que tenía sobre mi pupitre. Faltaban tres cuartos de hora para que el maestro de matemáticas recogiera el examen y el mío estaba en blanco. Cuando era niño y esto me ocurría, llenaba con los primeros números que me venían a la cabeza los resultados de las operaciones; con este método ingenuamente creía que la maestra se apiadaría de mí, pues al menos no había dejado en blanco la hoja.

Miré mi reloj y supe que tenía que actuar. Ignoraba la situación de mis demás compañeros, pero la mía era gravísima. Al estudiar en una universidad pública solo tenía derecho a reprobar dos materias el primer semestre (cuota que ya tenía cubierta sin contar la materia de matemáticas). De reprobar más de la cantidad estipulada sería expulsado de la institución.

El maestro de matemáticas era un sujeto sin cuello, barrigón, moreno y feo como una cucaracha. Durante todo el semestre su mayor placer era contarnos historias de él y de su familia, en especial una en la que su hijo mayor anhelaba con todas sus fuerzas entrar al corporativo de una empresa transnacional. Pocas veces nos enseñaba algo de matemáticas, hecho que nos daba gran placer a la mayoría de los alumnos pues odiábamos las matemáticas. Otros maestros y alumnos de semestres avanzados decían que el maestro de matemáticas era un corrupto. Sin embargo, el maestro era tan feo e intimidaba tanto con su voz ronca que ni uno de nosotros se atrevió nunca si quiera a sugerirle una oferta monetaria para aprobar sus exámenes. Quizás por ello el maestro cada día parecía estar de peor humor y complicaba más y más sus exámenes. Un día el examen fue tan complicado que la mayoría hubiera reprobado de no ser porque un amigo de otro salón me dio las respuestas del examen, y yo que era un perfecto imbécil me apiadé de mis compañeros y les pasé un papelito con ellas.

Al día siguiente el maestro nos miró furioso (era evidente que todo el salón, sin excepción, habíamos sacado 10) y escribió en la pizarra los problemas del examen que habíamos presentado. Con mirada virulenta señaló al azar a un par de alumnos para que los resolvieran pero estos, temblando de miedo, ni siquiera se atrevieron a salir de sus asientos. “Están fritos”, dijo relamiéndose el labio superior e hizo una anotación en una carpeta donde guardaba la lista de asistencia con nuestros nombres. Luego señaló con el dedo a una amiga para que pasara al frente, y para mi sorpresa (y para la de todos, porque mi amiga no sabía sumar dos más dos) con mucho garbo y tiento pasó al frente, tomó la tiza y cuando estaba apunto de escribir sabrá Dios que barbaridad en la pizarra el profesor la detuvo. “¡¿Cómo?!”, exclamó mi amiga. “Lo que oíste, tienes 10”, dijo el maestro. No pude reprimir una corrosiva envidia por mi amiga, aunque en su lugar, yo me hubiera quedado en mi asiento, muerto de miedo como los otros dos pobres diablos recién sentenciados.

“Tú”, dijo el profesor. Y sin dar crédito me convertí en el protagonista de una terrible pesadilla al ver que el dedo del maestro me señalaba. “¿Yo?”, atiné a decir congelado del terror. “Sí, tú”, dijo el maestro disfrutando la escena y cuando vio que intentaba ponerme de pie para ir a la pizarra, con un gesto despótico de la mano me dijo que me sentara. Señaló otro problema que estaba escrito en la pizarra y me pidió que le diera la respuesta desde mi asiento. Entorné los ojos como si mi cerebro estuviera trabajando en un complejo acertijo, pero la realidad era que mi mente estaba en blanco. Solo un milagro podía salvarme luego de que el maestro me dijera con voz burlona que la ecuación era tan simple que hasta un niño podría resolverla. “Treinta mil quinientos”, susurró una voz milagrosa a mis espaldas. “Treinta mil quinientos”, atiné a decir en voz alta. El profesor estalló en risa y luego de decir que estaba frito (y que la respuesta era cinco) escribió algo en la hoja de su carpeta. “Peor es nada”, me susurró a las espaldas un amigo y tuve ganas de estrangularlo.

Al final del semestre la mayoría del salón había reprobado. Así que cuando el maestro dijo que nos haría un examen final como muestra de su magnanimidad para que algunos pocos se salvaran, muchos nos ilusionamos aunque en el fondo sabíamos que solo era postergar lo inevitable: todos reprobaríamos pues nadie entendía nada de la materia.

“Maestro, tengo un problema”, le dije al maestro que se sorprendió al verme de pie delante de su escritorio. A lo largo de mi vida escolar crecí rodeado de buenas y malas compañías, y de estas últimas aprendí algo: mientras menos hables mejor. Mis palabras fueron firmes. “Mi abuelo esta moribundo y yo he estado a su cuidado”, mentí y en el fondo de mi ser le pedí disculpas a mi moribundo abuelo para que cuando muriese no me jalara los pies en las noches, ya que nunca cuidaba demasiado de él. El maestro me observó con ojos imperturbables. Mi examen estaba en blanco y solo un niño ingenuo podría creer que una excusa como la del abuelito moribundo podría salvarte el pellejo, así que se lo solté directo: “sabe, mi tío, el hijo de mi moribundo abuelo (al que yo cuido), es el director de recursos humanos del corporativo al que su hijo quiere entrar a trabajar, si me diera una tarjeta o su teléfono… yo podría ayudarle”.

No les voy a mentir. Esas fueron mis palabras textuales y no me avergüenzo de ellas. El mundo es un lugar sucio y a la suciedad la combates con suciedad, sobre todo cuando se da la combinación entre dos personas que saben que no tienen nada que perder (a esas alturas comprendí que no tenía nada que perder) y mucho por ganar. El maestro me pidió mi apellido y al buscarlo en la hoja de su carpeta se sorprendió al descubrir que a un costado de mi nombre aparecía un travieso asterisco. “¿Qué será ese asterisco?”, susurró el maestro rascándose la cabeza. “Una tarea que le entregué tarde”, dije sin vacilar. El maestro dudó un segundo y luego sacó una tarjeta de su cartera y me la entregó. “Te agradecería mucho si me hicieras ese favor”, dijo. “Délo por hecho”, dije estrechando su regordeta y sucia mano.

Esa misma tarde el maestro tenía que entregar calificaciones a la dirección, así fue que ante la mirada atónita de mis compañeros (ni Einstein hubiera terminado tan rápido el examen) abandoné el salón con la conciencia tranquila y con la certeza de que nadie, ni el más corrupto y vil de los maestros, me impediría graduarme de esa espantosa pero brutalmente educativa universidad donde me matriculé para intentar ser alguien en la vida.

8 comentarios:

Neto Citadino dijo...

No todos estamos bien en todas las materias, no se, cuestión de oientación cerebral.
Lo que no me explico, es que sigan generaciones de alumnos sufriendo por alguna materia.
En vez de seguir con el mismo método debe existir uno alterno, es decir, medio grupo reporbado es culpa del profe.

Saludos.

Lus dijo...

Al menos no mataste a tu abuelo 5 veces en la carrera para justificar tus faltas, ni te hechaste cebollas en los ojos para aprobar cocina....jajajaja

Eduardo Huchin dijo...

Lo mejor es que puedes hablar de ambos bandos: como alumno que ofrece un favor al profesor y como maestro a quien sin duda quién sabe qué tantas barbaridades le ofrecieron y qué tantos pretextos tuvo a bien escuchar.

Anónimo dijo...

Rodrigo.
Hoy empecé leyendo éste, y me encantó.
“una deliciosa mentira”. Me sacó una sonrisa, después de unas largas horas de trabajo.
Felicitaciones!!!


PD: más adelante seguiré leyendo las demás!!!:

Saludos

República Dominicana

Analítica (Venezuela) dijo...

Publicado en:

http://www.analitica.com/va/sociedad/articulos/2638028.asp

TV Radio Rivera (Quintana Roo) dijo...

Publicado en:

http://www.tvradioriviera.com/noticias/opinion_29/pildorita-felicidad-deliciosa-mentira-rodrigo-solis_1878

Rhema (Campeche) dijo...

Publicado en:

Rhema No. 69 Agosto 2009
http://www.wobook.com/WBmP6KY2Ph5E-4-fullscreen-ad

MILENIO NOVEDADES (Yucatán) dijo...

Publicado en:

MILENIO NOVEDADES 8 JUN 08