Suena mi celular, en pantalla refulge un
número de Beverly Hills, California. Me pongo nervioso. Odio hablar con
desconocidos. Más aún si tengo que hacerlo en inglés. Mi inglés es casi tan
bueno como el de Mr. Bean. Contesto. Por fortuna, del otro lado de la línea, la
voz habla en castellano. Un castellano muy fluido. Seguro. Me dice que es un
productor. Que trabaja para un hombre muy importante. Que incluso tiene estudios
de grabación en el DF.
-¿Quién era? –me pregunta Fiera.
-Un productor de Beverly Hills –digo.
-Tu culo –me dice Fiera incrédula.
Vuelvo a la cama. Cualquier otro tonto
estaría emocionado con la noticia. En especial si el productor te ha dicho que
ha leído una reseña de tu primera novela en un importante periódico, confesándote que de
ahora en adelante te lloverán ofertas para llevar tu opera prima a la
televisión.
-¿Y qué más te dijo? –Fiera se impacienta.
-Que quiere convertir Mala Racha en una
serie televisiva –digo mientras me dejo arrullar por los hipnóticos culos de
las Kardashians que rebotan en la pantalla del televisor.
Comparto la noticia en Facebook y Twitter
y no se hacen esperar los comentarios de incredulidad y de sorpresa. Incluso
recibo algunas llamadas telefónicas de felicitación. Me arrepiento de haber
publicado la noticia. No es la primera vez que un productor me llama para que
colabore con él. Hace años, cuando Pildorita de la Felicidad vivió su fugaz
época de gloria, el productor del programa Animal
Nocturno me llamó para ofrecerme trabajo, me dijo que quería que fuera el
guía turístico de Campeche de la actriz y conductora Patricia Llaca.
Por obvias razones accedí. El programa Animal Nocturno transmitió un programa
especial desde la Catedral
de Campeche. El productor, quien en su primera llamada telefónica se
descoció en halagos diciéndome que era yo un genio de las letras, me citó una
hora antes de que comenzara a grabarse el show. Allí estuve parado, entre un
río de gente que quería ver en vivo a las luminarias de la capital. Las horas
pasaron y el productor jamás volvió a llamarme. Ante los ojos de mis amigos
campechanos, quienes no dudaron en acompañarme para dar fe y legalidad de que
todo era producto de mi imaginación, quedé como un mentiroso. Un hombre ávido
de fama y reconocimiento.
Dudo que el productor de Beverly Hills
vuelva a llamarme. Mi único premio (o consuelo) es que compró una novela Mala Racha. Pero si por obra y milagro lee la
novela, no dudo que la lleve a la televisión con el siguiente elenco.
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