miércoles, 21 de enero de 2009

Democracia neta



Un capítulo de la serie
Por un neoliberalismo real



El quid de la democracia es la representación. Si en eso hay un gran acuerdo, entonces la elección es un falso problema: es un medio y no un fin, por lo que debe adoptarse la forma que sea más conveniente, la que cueste menos y dé mejores resultados. Lo que hay que hacer es mandar a la chingada a los institutos electorales y a los partidos políticos: ni sirven para representar y el proceso de elección es caro y con muchas inconformidades y complicaciones. Una vez mandados a la chingada (lo cual, la neta urge) podemos pasar a una metodología más efectiva y práctica para la elección de los representantes.

No hay nada más democrático que una rifa o un bolado: garantíza la igualdad de todos ante la probabilidad. La Lotería Nacional o un organismo análogo debería ser el indicado para sortear las claves únicas del registro de población para diputados, senadores y gobernantes. Al cabo que la ideología vale madres; los pinches políticos cambian de partido como los futbolistas de camiseta: se van adonde está el billete (son profesionales); al cabo que no se necesita ser genio y ni un ejemplo de moral y buenas costrumbres para ocupar un cargo público, al cabo que son rependejos la mayoría de los que ya están.

Nada sería más representativo —y barato— que el resultado probabilístico de una gran rifa. Por pura probabilidad habría equidad de género en la representación sin que tuviera que establcerse una "cuota". En un país mayoritariamente pobre, la mayoría de sus representantes serían pobres y serían verdaderos representantes, no caciques que dicen que los representan. Si hay un diez por ciento de la población con discapacidad, lo más probable es que tendríamos cerca de un diez por ciento de legisladores y gobernantes con alguna discapacidad. Si hay un punto cinco por ciento de personas con retraso mental o síndrome de down, por fin podrían tener a alguien que los represente en los puestos de toma de decisiones públicas, porque también son ciudadanos con plenos e iguales derechos a todos.

Las siguientes medidas complementarias serían muy convenientes: Primera, que en vez de quinientos diputados haya cien (es el número por excelencia para calcular porcentajes), y sólo 32 senadores. (Si los senadores representan estados, uno es numéricamente casi tan poquito como dos, cuatro o diez representantes. Mejor nos los ahorramos). Segunda, que sus sueldos sean de entre nueve y catorce mil pesos (el monto exacto que sea resultado de un sorteo), porque para ser verdaderamente representante se tiene que ser incluso —y tal vez principalmente— de los ingresos de la mayoría de sus representados, por lo que no deberían de ganar ni el doble del promedio que ellos. Si no, ¿de qué pinche clase de representación se trata? No representa ni madres ser del mismo distrito. Al que no le conviniera, pues que no acepte y se dedique a lo que está haciendo, que se rife otra CURP para elegir a alguien que ocupe ese lugar, y ya. Por cierto, una justificación común de políticos-burócratas para ganar mucho y además aumentarse, es que tienen que ganar bien para que no los vayan a maicear, pero el hecho es que de todos modos los maicean. Si de todos modos los maicean, de una vez nos ahorramos en sueldos. Si se van a enriquecer así, pues ya les tocaba, ganaron la lotería. Tercera, que el periodo de sus funciones en el servicio público sea de cinco años.

¿Reelección? El quid de la democracia es la representación, no la permanencia en la representación. Hay entonces que aumentar la probabilidad del relevo de los representantes. ¿Reelcción en base al desempeño? Ni madres, el que ya fue, ya fue, y que le toque a otro. De todos modos no hay reelección y van y vienen de una cámara a otra, y de gobierno en gobierno. No hay mayor democracia que aquella que acabe con la clase política enquistada a los poderes durante décadas, que le hereda privilegios a sus hijitos y ahijaditos.


2 comentarios:

Rodrigo Solís dijo...

Apoyo totalmente el nuevo sistema que quieres implantar, don Villarreal.

Anónimo dijo...

Si no me equivoco Eduardo Huchín ya había escrito algo al respecto.