sábado, 22 de septiembre de 2007

Llamando a todos los bravucones

Extraño a los bravucones. Sí, esos que en nuestra infancia eran temidos. Aquellos cuya imaginación extraordinaria y afilada como un puñal era utilizada sólo a la hora de endilgar apodos hirientes a otros niños que osaran expresarse a sí mismos mediante actitudes, bailes o cualquier cosa fuera de lo establecido que debía hacer un niño. Bravucones dotados por la sabia naturaleza con la capacidad de hacer entrar en razón mediante los golpes a cualquiera que se inconformara con su apodo.

Es verdad que los odiábamos y que ninguno de nosotros se atrevió nunca a intentar poner fin a su reinado del terror, o a increparlos cuando golpeaban y humillaban al pobre de Jorgito o Pedrito por haberse puesto la corbata del uniforme como diadema, o a Luisito por gritar que él era Pitufina y Raulito era Chitara, o a Manuelito por declararse fanático de Flans, Lucía Méndez y Verónica Castro; sin embargo, lo que realmente sucedía y no atinábamos a ver en ese momento, es que en esos villanos eran en realidad unos héroes que cumplían una invaluable función dentro su sociedad, pese a que tanto maestros como directores vivieran expulsándolos de las aulas, pues al igual que nosotros no podían reparar en que ellos eran sus aliados, y eran quienes se encargaban, con sus muy sutiles métodos, de mantener el orden, las maneras y las formas dentro del alumnado.

Ahora los bravoneles de las primarias y secundarias son jóvenes que lucen como David Beckham, quienes en vez de hacerte picadillo por llevar un cinturón de diamantina se te acercan para preguntarte en qué tienda lo compraste. En México –y sospecho que también en el resto del mundo occidental- las escuelas se han convertido en sucursales de High School Musical, donde todos los alumnos son unos repollos cantarines. Y si no lo creen, contemplen el horroroso producto de la extinción de los bravucones: niños que ahora son adultos y no tienen el menor empacho en hacer el ridículo ante millones de personas, e incluso son aplaudidos y se vuelven endiabladamente famosos. En otros tiempos esta espeluznante criatura no estaría en todas las computadoras, programas de televisión y blogs sin dignidad (como este), sino encerrado en casa temiendo la ira y mano justiciera de un bravucón.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me cago... sólo le pido al Señor que me mande un rayo, sólo uno!!! que le caiga en el medio de esos ojos chafas a ese plumífero chupa-yilos. ¡Házmela buena Diosito!

Chezzare dijo...

Ja ja, ya no hay temor de nada, extraño los viejos tiempos donde la ley de mas fuerte era la que regia en las aulas, hasta los maestros tenian temor...
Que bueno que nos toco la mejor epoca. je je

Celestina Tercioipelo dijo...

¡Ay, no! ¡Yo me quedo con los cinturones de diamantitos y los niños que ponen productos costosos en el pelo! Definitivamente.