Éramos el equipo ideal. El más inteligente de nosotros tres era un joven apasionado y maniático de los números, así que él se encargaría del engorroso menester de llevar a buen puerto la contabilidad y el papeleo legal de la corporación; en pocas palabras, en sus manos estaba que no nos metieran en la cárcel, o lo que es lo mismo, dependíamos de su inteligencia para evitar que el profesor nos pusiera un espantoso NA (No Aprobatorio). El otro socio o “director general” (así le gustaba que lo llamáramos), de números, aspectos legales o cualquier otra responsabilidad que se asemejara a manejar una compañía sabía lo mismo que pudiese saber un niño de kinder acerca de física cuántica. De responsabilidades administrativas no sabía ni coma, pero eso sí, nuestro socio tenía a su favor que era guapísimo (al menos eso decía él mismo de su persona cuando veía su rostro reflejado en los cristales del salón de clase), belleza que le había granjeado ser Top Model de panfletos publicitarios que te regalan en las esquinas con semáforo. Y finalmente, yo era el tercer socio, un tipo carente de todo talento numérico, legal, corporativo y pasareríl; lo que me dejaba con mucho tiempo libre para meditar y escribir banalidades acerca de mi mismo y del ser humano en general, talento que me convertía en el candidato perfecto para ocupar el puesto vacante de Director General de Creatividad. Los tres flamantes directores irradiábamos tanta seguridad en nosotros mismos que pronto se corrió el rumor en la escuela que a nuestras corporación le auguraba un tremendo éxito, así fue que no se hicieron esperar las largas filas de compañeros que intentaban ingresar su currículo para laborar con nosotros, muy a pesar de que a ciencia cierta ninguno de ellos tuviera la más remota idea de qué producto o servicio vendería nuestra corporación.
Fue el discípulo adelantado de Versace (sin duda, el más extrovertido de los tres y por tal motivo vocero oficial y Director General de la corporación), quien se animó a decir a la multitud que se aglutinaba alrededor nuestro que lo que realmente requeríamos en esos momentos eran los servicios de alguien que tuviera los conocimientos y la valentía suficiente para hacerse cargo de la Dirección General de Recursos Humanos (RH). La función del Director de RH (que en realidad resultó ser directora, ya que fue una mujer a la que elegimos por cargar con dos bellas y poderosas razones por delante), era la de seleccionar al candidato idóneo para cada puesto de la corporación. Traducción: contratar muchos obreros.
La pechugona directora de RH en cuestión de minutos contrató a un equipo de trabajo conformado por dieciséis personas (todos ellos sus mejores amigos). Conformado el equipo de trabajo, nosotros, los tres emprendedores directores de la corporación nos dimos a la tarea de ir en busca de empresarios que quisieran invertir en nuestro proyecto, mismo proyecto que fue rechazado por cada uno de los empresarios que visitamos (en realidad sólo visitamos a un empresario). Con la moral baja y las manos vacías por no haber podido explicar con elocuencia de qué se trataba nuestro proyecto, regresamos con los trabajadores a informarles la mala noticia, que para nada fue del agrado de nuestros empleados, provocando que en cuestión de minutos nos topáramos con un sindicato que se encargó de hacer que rodaran las cabezas de los altos mandos (nuestras cabezas), dejando al mando al líder sindical, quien terminó convirtiendo nuestra corporación en una empresa dedicada a la venta de dulcecitos de amaranto. Los tres directores fuimos degradados al puesto de obreros, o lo que es lo mismo a cocineros de los dulcecitos. Y nuestra promoción de ventas era la siguiente: si tu dulcecito de amaranto tiene un cabello humano (o de alguna otra especie viva), te regalamos otro dulcecito de amaranto.
La compañía quebró a la semana, sin embargo, todos nos graduamos con honores.
5 comentarios:
Cuándo no están ustedes envueltos en algún escándalo. Son un imán para los locos.
Ese señor de los kibis y sus volados me recordó a un viejito que vende saborines (bolis) en el estadio Nelson Barrera, en el beisbol. Hace lo mismo apostando sus saborines a los volados. Gana más dinero apostando que vendiendo sus saborines. Rodrigo, deberías darte una vuelta por el beisbol cuando jueguen los piratas. Encontrarás toda clase de personalidades. Todo un folclor digno de una entraga en tu blog.
Mussgo
Mussgo: Lo intentaré, palabra. Créeme que mi amigo Fer, alias el amante del Bofo Bautista, me ha intentado persuadir por todos los medios conocidos para que lo acompañe a ver un partido de los Piratas al Nelson Barrera. Desde luego, siempre invento una fantástica excusa para zafarme, porque debo admitir que a mí el béisbol me arranca (literalmente) pedazos gigantescos de vida. Prometo que iré al Nelson Barrera cuando los Piratas vuelvan a llegar a la final-final, es decir, al séptimo partido de la serie final. Entonces, ahí me verás (en la novena entrada, dos outs y la cuenta llena) en palco de lujo y disfrazado de beisbolista (eso sí, acompañado de mis amiwis políticos) gritando como un loco “arriba mis Piratas”.
Publicado en:
http://www.tvradioriviera.com/noticias/opinion_29/pildorita-felicidad-jovenes-emprendedores-rodrigo-solis_1804
Publicado en:
http://www.infomelilla.com/noticias/index.php?accion=3&id=8510
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