A la gente le gusta recordar cosas; por eso existen los anuarios, los resúmenes informativos de fin de año, los álbumes de fotografías, la videoteca personal. Un informe de gobierno es como un diario revisitado: brinda la oportunidad de reencontrarnos con aquello que fuimos. Como memoria a largo plazo parece hablarnos de alguien que no somos nosotros. “¡¿Eso hicimos?!”, nos preguntamos y al momento respondemos evangélicamente: “No puedo corroborarlo pero estoy obligado a creerlo porque está escrito”.
“Recordar es volver a vivir” dice la frase. En el caso del informe sería: “Recordar un gasto es volver a gastar”. Todo tipo de espectaculares y pendones abruman la ciudad cada que se acerca un 7 de agosto. En las propagandas, se resalta la cifra invertida en algún rubro (becas, apoyo al campo, obra pública, etcétera) junto a una foto ilustrativa del logro gubernamental. Me pregunto: ¿puede el ciudadano de Campeche entender la magnitud de una cifra? Caramba, no contó bien los votos en el 2006 y México tiene el penúltimo lugar en matemáticas, ¿cuál es el sentido?
Está comprobado que todas las personas tienen un límite de entendimiento aritmético: su salario. Después de esa cantidad anual las cifras se vuelven incomprensibles. ¿Hablar de tantos millones invertidos tendrá sentido cuando la mayoría de los mexicanos no adquirió conciencia de lo que es tener mucho dinero hasta que vio los billetes confiscados a Zhenli Ye Gon? Una cantidad en millones es como una mujer guapa: ni siquiera nos esforzamos en entenderla, solamente la deseamos.
Los diputados, en cambio, sí parecen comprender lo que es el dinero. No habría por qué extrañarse: ellos aprobaron el presupuesto. Siempre he admirado a quienes pueden prever un gasto, ¿cómo le hacen?, ¿cuántas reglas aritméticas aplican? Han de ser muchas, porque en el informe, los diputados siempre muestran esa cara de satisfacción en que parecen decir para sus adentros: “Caramba, soy un genio, todo cuadró, ¿por qué nunca me llamaron para las Olimpiadas de Matemáticas?”.
Quiero creer que el sentido del informe es que los ciudadanos sepan en qué se gastó un dinero que finalmente es suyo. Pero tengo la impresión de que la gente aplica un criterio más estricto al erario que a su propio patrimonio. Si vemos una obra en marcha, en seguida pensamos: “Están inflando el gasto”; vemos un edificio abandonado y decimos: “un elefante blanco”. Los mexicanos suponemos (la mayoría de las veces con razón) un ejercicio irregular del dinero, quizás porque en el fondo hacemos lo mismo a pequeña escala. Más de una vez he oído decir: “Por supuesto que los funcionarios toman el dinero, yo lo haría”. La honestidad de mucha gente se sustenta en la falta de oportunidad para corromperse.
Pero este tipo de criterios ya ni siquiera extraña. El ciudadano quiere que se aplique bien el dinero público y es incapaz de gastar razonablemente su propio salario. Aunque no sucede con todos. Si algunos muestran indiferencia a unos millones que, saben, nunca pasaron por sus manos; otros exigen con aguerrida singularidad cuentas claras en público y en privado. “Gasto tanto en cosas inservibles que necesito saber que algo de mi dinero está bien utilizado”, me dijo la otra vez un amigo periodista.
¿Ha llevado usted alguna vez una contabilidad privada? No la de algún comercio particular sino la de sus propios gastos personales. Es deprimente. Es como adentrarse en uno mismo y encontrar sólo cosas horribles. Gano poco, gasto demasiado, yo mismo intento engañarme cada que compro a crédito. No hay mucho de qué sentirse orgulloso a menos que te apellides Slim. Vivimos al límite de nuestros ingresos y siempre nos las arreglamos para hacer fiestas fastuosas o endeudarnos con gente de dudosa reputación que nos ofrece cosas inútiles. Ese sabor me dejan los informes.
El informe es uno de esos actos vetustos, que aún arrastra la democracia, sustentado en la sana rendición de cuentas; lo cual no está mal si es posible erradicar el protocolo. Debería ser una revisión monetaria, pero todos lo ven como un diagnóstico político: cuál es el estado de salud de la administración bajo el mandato de un partido. Quizás a través de esa confusión se ha ido tejiendo la tradición política alrededor del informe. El gobernador sería como un médico hablando con los familiares que pagaron un tratamiento: “Véanlo, totalmente sano… Y ese cuerpo de levantador de pesas sólo les costó 500 millones, ¿eh?”. La oposición sería, en cambio, como aquel pariente que siempre desconfía: “Oiga, contador, que yo diga doctor, ¿y esa mancha roja qué es?, ¿no me diga que un disparo?”
Inmiscuidos todos en la contienda de alguna elección por venir, el informe va adquiriendo distintas tonalidades. Es celebración partidista y un acto protocolario, es una oportunidad para llamar -otra vez- a la unidad y un compendio de cifras y logros. ¿Cuántos de los ciudadanos le prestamos atención? Difícil de calcular, pero resulta sintomático que sea necesario enlazar a las televisoras para alcanzar un rating de por lo menos cinco veces por zapeo.
“Recordar es volver a vivir” dice la frase. En el caso del informe sería: “Recordar un gasto es volver a gastar”. Todo tipo de espectaculares y pendones abruman la ciudad cada que se acerca un 7 de agosto. En las propagandas, se resalta la cifra invertida en algún rubro (becas, apoyo al campo, obra pública, etcétera) junto a una foto ilustrativa del logro gubernamental. Me pregunto: ¿puede el ciudadano de Campeche entender la magnitud de una cifra? Caramba, no contó bien los votos en el 2006 y México tiene el penúltimo lugar en matemáticas, ¿cuál es el sentido?
Está comprobado que todas las personas tienen un límite de entendimiento aritmético: su salario. Después de esa cantidad anual las cifras se vuelven incomprensibles. ¿Hablar de tantos millones invertidos tendrá sentido cuando la mayoría de los mexicanos no adquirió conciencia de lo que es tener mucho dinero hasta que vio los billetes confiscados a Zhenli Ye Gon? Una cantidad en millones es como una mujer guapa: ni siquiera nos esforzamos en entenderla, solamente la deseamos.
Los diputados, en cambio, sí parecen comprender lo que es el dinero. No habría por qué extrañarse: ellos aprobaron el presupuesto. Siempre he admirado a quienes pueden prever un gasto, ¿cómo le hacen?, ¿cuántas reglas aritméticas aplican? Han de ser muchas, porque en el informe, los diputados siempre muestran esa cara de satisfacción en que parecen decir para sus adentros: “Caramba, soy un genio, todo cuadró, ¿por qué nunca me llamaron para las Olimpiadas de Matemáticas?”.
Quiero creer que el sentido del informe es que los ciudadanos sepan en qué se gastó un dinero que finalmente es suyo. Pero tengo la impresión de que la gente aplica un criterio más estricto al erario que a su propio patrimonio. Si vemos una obra en marcha, en seguida pensamos: “Están inflando el gasto”; vemos un edificio abandonado y decimos: “un elefante blanco”. Los mexicanos suponemos (la mayoría de las veces con razón) un ejercicio irregular del dinero, quizás porque en el fondo hacemos lo mismo a pequeña escala. Más de una vez he oído decir: “Por supuesto que los funcionarios toman el dinero, yo lo haría”. La honestidad de mucha gente se sustenta en la falta de oportunidad para corromperse.
Pero este tipo de criterios ya ni siquiera extraña. El ciudadano quiere que se aplique bien el dinero público y es incapaz de gastar razonablemente su propio salario. Aunque no sucede con todos. Si algunos muestran indiferencia a unos millones que, saben, nunca pasaron por sus manos; otros exigen con aguerrida singularidad cuentas claras en público y en privado. “Gasto tanto en cosas inservibles que necesito saber que algo de mi dinero está bien utilizado”, me dijo la otra vez un amigo periodista.
¿Ha llevado usted alguna vez una contabilidad privada? No la de algún comercio particular sino la de sus propios gastos personales. Es deprimente. Es como adentrarse en uno mismo y encontrar sólo cosas horribles. Gano poco, gasto demasiado, yo mismo intento engañarme cada que compro a crédito. No hay mucho de qué sentirse orgulloso a menos que te apellides Slim. Vivimos al límite de nuestros ingresos y siempre nos las arreglamos para hacer fiestas fastuosas o endeudarnos con gente de dudosa reputación que nos ofrece cosas inútiles. Ese sabor me dejan los informes.
El informe es uno de esos actos vetustos, que aún arrastra la democracia, sustentado en la sana rendición de cuentas; lo cual no está mal si es posible erradicar el protocolo. Debería ser una revisión monetaria, pero todos lo ven como un diagnóstico político: cuál es el estado de salud de la administración bajo el mandato de un partido. Quizás a través de esa confusión se ha ido tejiendo la tradición política alrededor del informe. El gobernador sería como un médico hablando con los familiares que pagaron un tratamiento: “Véanlo, totalmente sano… Y ese cuerpo de levantador de pesas sólo les costó 500 millones, ¿eh?”. La oposición sería, en cambio, como aquel pariente que siempre desconfía: “Oiga, contador, que yo diga doctor, ¿y esa mancha roja qué es?, ¿no me diga que un disparo?”
Inmiscuidos todos en la contienda de alguna elección por venir, el informe va adquiriendo distintas tonalidades. Es celebración partidista y un acto protocolario, es una oportunidad para llamar -otra vez- a la unidad y un compendio de cifras y logros. ¿Cuántos de los ciudadanos le prestamos atención? Difícil de calcular, pero resulta sintomático que sea necesario enlazar a las televisoras para alcanzar un rating de por lo menos cinco veces por zapeo.
6 comentarios:
Pues yo creo que el Gobernador y sus lamebotas, perdón, ayudantes, han hecho una labor magnífica, un gran trabajo. Deberías, querido Eduardo, limitarte a escribir eso, por fis.
Me extraña que no haya aparecido un comentario así.
Ya ves, estos buenos señores siempre mandan a un anónimo o a un profesor de educación física a decirle a uno sus verdades.
Sospecho que alguien no va a ganar una beca este año.
estoy deacuerdo con Rodrigo. Por cierto, el ayuntamiento me dijo que te avisara, rodro, que ya puedes pasar a buscar tu bolsota de "ropa sucia".
por cierto, en la foto de Mouriño podría ignaurar una sección, en donde cada quien ponga lo que podría decir dicho peronaje, así como que hizo JM con su cartón. En esa foto, Mouriño parece que dice : "No, compa, pues que la agarro y que la empino y le doy sus nalgadotas así. Estaba nalgona la cabrona"
¿Tengo que decir que fue un gran escrito?...¿no?....ah, bueno.
Interesante visión de la administración casera y lamento confesar que soy parte de esa "minoria" que no estuvo atenta al informe y era dificil siendo que voluntariamente partí a un lugar sin internet ni señal de celular o televisión. Y estuve felíz!!!!! Creo que soy de otro planeta porque no entiendo que atrae a la gente al Sr. Alito. Un saludo al equipo.
Wilberth te refieres a poner diálogos a las fotos, como aquel concurso de guión que gané del cartón de JM.
Wilberth te refieres a poner diálogos a las fotos, como aquel concurso de guión que gané del cartón de JM.
s{i, a ese. Estaría chidillo.
Un saludo Mussgo
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