sábado, 14 de julio de 2007

Carta a Santa



“ASÍ SE AVANZA EN LA VIDA: PRIMERO UNO CREE EN PAPÁ NOEL, LUEGO UNO NO CREE EN PAPÁ
NOEL, Y AL FINAL UNO ES PAPÁ NOEL.”


- Un Papá Noel




CARTA DEVUELTA POR FALTA DE REMITENTE.

Querido Santa:

Te resultará extraño que te escriba después de casi dos décadas de no hacerlo, pero debes reconocer algo: jamás mostraste tu peluda, cana y regordeta cara. El encuentro más cercano que tuve contigo fue cuando una estrella fugaz se precipitó sobre el techo de casa de mi abuela y juré a mis primos por Melchor, Gaspar, Baltasar y todos los pastorcitos del portal de Belén que Rodolfo El Reno había tenido un accidente en la azotea. Al día siguiente me diagnosticaron un caso crónico de miopía.


¡Feliz Navidad! Mi madre me eligió unas gafas como las de Chicken Little. Aquel año mis compañeros de escuela empezaron a llamarme nerd. El primer nerd en costar una fortuna a sus padres en clases particulares y aún así seguir coleccionando calificaciones vergonzosas en la boleta.


No soy rencoroso, Santa, te perdono. Aún cuando aquella navidad del accidente de Rodolfo dejaste por error en el asiento trasero del automóvil de mi padre los regalos que te había pedido.


-Bienvenido al mundo real –dijo mi hermano con una sonrisa maliciosa.


Aseguró que podía fingir durante un par de años más, máximo tres, no más. Intentó tranquilizarme relatando la anécdota de un niño que cursaba en su escuela que seguía creyendo en esas pavadas, pero de las golpizas diarias, ni duende que le salvara el pellejo. ¿No querrás llegar a esos extremos, cierto?


Jamás olvidaré la cara de Mumm-Ra, “La Momia”, mirándome desde su empaque plastilizado. Los ojos negros sin vida, la boca atascada de dientes horripilantes y el cuerpo marchito envuelto en vendas: el vivo retrato de mi abuela antes de morir.


Terribles años se aproximaron, dejaron de agradarme los juguetes y las mujeres seguían siendo seres repulsivos como Mumm-Ra, o incluso más asquerosas, armadas con brazos largos como los de Chacalo, fuerza bruta como Mandrilo, capaces de noquearte de un manotazo y, por si fuera poco, dotadas con el cerebro de Pantro. Armas mortales.


Seré franco: siempre me pareciste un tipo injusto o quizás un sujeto tan miope como yo. Supuestamente la repartición de regalos debía ser equivalente a lo bien que te habías comportado durante el año. Sin embargo, uno de mis vecinos que era tan bueno como pobre, cada navidad recibía un solo juguete, si bien le iba, y para colmo, uno chafísima. Cada navidad le dejabas bajo una maceta decorada con esferas –porque no tenía ni para un puto arbolito de navidad, el infeliz-, uno de esos luchadores de plástico de tres pesos que te ganabas como premio de consolación por jugar a las canicas en la feria, mismos luchadores de tan ínfima calidad que los fabricantes no contaban con el presupuesto, tiempo o delicadeza de cortarle las rebabas sobrantes de resina en pies y manos, dando la impresión al Rayo de Jalisco, Blue Demon y el Santo –había que imaginar que eran ellos porque por lo general ni siquiera venían pintados-, de tener patas del pato Donald y manos del monstruo de la Laguna Negra, aquel renacuajo que salía por sorpresa de una bañera en “Pepito y Chabelo contra los monstruos”… en mi vida volví a meterme a una bañera después de aquello.


Yo, en cambio, era el niño más insoportable y demoníaco de la colonia; una bestia consumista, insaciable e insoportable que de vez en cuando se contenía gracias a la brillante idea de mi madre en injertarme el trauma Big Brother.


-La casa está llena de cámaras ocultas de video, los Padres están monitoreando hasta el último de tus movimientos. Tú sabrás cómo te comportas.


Suerte que los Millonarios de Cristo jamás boletinaron los videos, de lo contrario, mi infancia hubiese sido miserable sin la cantidad grosera de juguetes que recibía año tras año. Apuesto a que la mitad de tus renos padecen de esclerosis; mínimo un par de viajes de regreso al Polo Norte cuando les tocaba repartir en mi casa, pues es imposible que en tu trineo alcanzara tanto Jedi, Thundercat, Playmobil, He-Man, Tortuga Ninja, Nintendo y Sega.
Desde luego no todo era felicidad después de tu clandestina llegada.


-Mucho trabajo este año, los duendes no tuvieron tiempo de envolverlos.


Toda mi infancia creí que mi hermano era una especie de duende maligno ultradesarrollado, enviado expresamente para arruinar mis navidades. Jamás experimenté la sensación de romper la envoltura de un regalo, excepto aquella navidad en casa de los abuelos, cuando entramos al automóvil de mi padre.


-¡Regalos! Yo que tú los abro… puede que sea demasiado tarde en unas horas.


Merecía aquello incluso más. Acepto el horrible niño que era.


Recuerdo una mañana ver llegar a mi padre desde la puerta de arribos internacionales del pequeño aeropuerto de la ciudad, decorado el piso con espantosas losetas de baño de los setentas que me fascinaban; ahí empezó a aflorar mi afición por el mal gusto. Mi progenitor regresaba de un viaje de negocios a los poderosos United States. Aprovechando que los tratados de libre comercio no eran lo que son hoy día, mi hermano y yo encargamos a mi padre una lista interminable de artículos nunca antes vistos en el tercer mundo. Verle llegar ese mañana sólo podía significar una cosa: juguetes. Saber si el hombre había tenido un buen vuelo o si había logrado los objetivos empresariales trazados eran cosas intrascendentes.


En mi defensa puedo decir que mi hermano compartía el mismo sentimiento mercantilista; no fue de extrañarse que lo primero que hiciéramos antes de saludarlo fuera abalanzarnos sobre la maleta como un par de hienas hambrientas.


-¡Es una porquería! –grité rodando convulso sobre las losetas setenteras.


Una nave espacial que emitía epilépticas lucecitas acompañadas de un horrendo sonido intergaláctico no era motivo para hacer pasar semejante bochorno a mi padre frente a un tumulto de desconocidos –tanto coterráneos como internacionales-, que observaban horrorizados a un niño poseso por los seis demonios de Emily Rose. Puedo meter las manos al fuego que la orgullosa paternidad de mi padre empezó a irse a pique desde aquella mañana.


-Santa con seguridad te traerá todo lo que le pidas –dijo papá avergonzado.


Brillante forma de delegar responsabilidad: Hazle berrinches al gordo imaginario en diciembre.


Pobre de mi viejo, quién pronosticaría que moriría de un derrame cerebral años más tarde. Buen tipo. Agonizaba en la cama del hospital y le permitieron a la familia verle por última vez. Tocó mi turno. Lejos estaba de parecerse el cuarto de hospital a los sets de las telenovelas, donde las estrellas pueden llorar ahogándose en sus mocos debido a que las habitaciones de terapia intensiva en Televisa están más desiertas que un partido entre América y Necaxa en el estadio Azteca. En la vida real, un sequito de enfermeras observaba hasta el último de mis movimientos, tal como lo hacían las cámaras imaginarias que inventó mi madre en mi infancia. Los nervios se apoderaron de mí. Las enfermeras estaban pasándosela de lo lindo: bolsa familiar de Sabritones de aperitivo y en espera de que dijese mis líneas.


Definitivo, me hubiera gustado despedirme del viejo de una manera más inteligente:
-Hola, Pa. Perdona por lo de la nave intergaláctica.


Santa, tu que tienes acceso a todos las dimensiones del Universo, incluso al purgatorio, lugar creado por la iglesia católica para vender indulgencias y para atormentar a mi madre, pues ahí le dijeron que está su esposo, quiero pedirte que le digas algunas cosas de mi parte al viejo, dudo que tenga SKY para enterarse de lo que acontece en la Tierra:


Papá, agradezco el detalle de la horrenda nave intergaláctica, estamos a mano por las decenas de ceniceros de cerámica que me obligaron a fabricarte los Millonarios de Cristo cada navidad, reyes y día del padre, muy a pesar que por vicio nunca tuviste el tabaco.


También quiero felicitarte. Ganó las elecciones a la presidencia de la república tu candidato: Vicente Fox. Lo primero que hizo en su mandato tal como prometió en su campaña, fue abolir las tenencias de los automóviles. Automóviles que ya no tengan motor y las cuatro llantas para rodar por la ciudad.


Otro avance importante de nuestro primer mandatario fue que logró un acuerdo para ya no necesitar visa para ingresar a los Estados Unidos; lo único que necesitas es tener la habilidad de un atleta olímpico como Ian Torpe para cruzar a nado el río Bravo, o ser como Ben Johnson para correr por el desierto como alma que lleva el diablo, con cientos de municiones rozándote el trasero.


Sí, nuestro Presidente ha hecho de todo, incluso se casó por segunda ocasión, por la iglesia y con toda la parafernalia que conllevan las nupcias. Quién hubiera pensado que la primera dama dejaría de ser la clásica figura decorativa y adicta al Prozac para pasar a ser una diplomática graduada en Oxford.


Por último, quiero comentarte algo que tampoco tuviste tiempo de ver. Algo que, estoy seguro, te llenará de júbilo. Abandoné el mundo empresarial. Tranquilo. Que no cunda el pánico. Cambié de profesión. Ahora soy, nada más y nada menos que… ¡tarararán! Escritor. Calma, no maldigas, te pueden enviar con el señor de los cuernos y las patas de chivo. Todo está bien. Incluso me pagan. Aunque no lo creas, en este sexenio, muy a pesar de que nuestro Presidente sugiriera a los niños nunca aprender a leer para no enterarse de las locuras de nuestros diputados y senadores, el pueblo mexicano, con las nuevas reformas educativas, pronostican, empezará a leer al año de cincuenta libros para arriba, tal y como los noruegos. No hay que ser un genio estadista para saber que por probabilidad mi novela tendrá que ser leída entre esos cincuenta libros. El futuro está en los libros, querido viejo.


¿No crees que tu hijo es un genio?

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