sábado, 14 de julio de 2007

El caso de la camioneta X-Trail



Con una enorme sonrisa dibujada en el rostro iba conduciendo el auto de mamá con mamá a bordo, esa buena señora de tan digna estirpe y distinguido linaje que viste su regia figura con depuración hasta para salir a la esquina, y en esta ocasión para acompañarme a comprar un boleto de ADO en Plaza Fiesta.
A pesar del tráfico, la sonrisa permanecía en mis labios: en pocas horas volvería a Campeche a tiempo para contemplar un atardecer más a las orillas del malecón sintiendo la brisa rozar mis mejillas, así que ni el avanzar a vuelta de rueda ni los grados centígrados que aumentaban en el ambiente casi tan aprisa como el número de vehículos en la avenida cambiarían mi buen ánimo.
Incontables y calurosos minutos mas tarde logré ingresar al estacionamiento de la plaza, donde para mi desgracia no había un sólo cajón de estacionamiento libre, lo que me obligó a tener que ir al lote trasero, un enorme solar que desde que tengo uso de razón es un terreno baldío con abundantes piedras y no menos polvo; sitio que también, desde que mi cerebro tiene la capacidad de recordar, siempre ha estado desierto, no así esa tarde en particular en la que el calentamiento global parecía haber puesto su sede y el congestionamiento vehicular de la Capital una sucursal, ya que el inmundo sitio estaba totalmente abarrotado de vehículos. Mi sonrisita empezaba a deformarse. Tras quince minutos de girar como animales de cerámica en un carrusel, nuestra paciencia rindió frutos: un Ford Fiesta prendió las luces traseras en señal de que se disponía a abandonar su sitio. Recuperando el buen ánimo, encendí las luces intermitentes del auto para avisar a la nutrida caravana que venía detrás de nosotros que el sitio sería ocupado por unos servidores, a lo que los gentiles ciudadanos, bendita sea la Blanca Mérida, sitio de gente bondadosa y noble, respondieron de manera cívica, respetando mi buena fortuna y esperando pacientemente a que el Ford abandonara su lugar para que nosotros pudiésemos ocuparlo.
Eso es lo bonito de mi ciudad natal: a pesar de su crecimiento sin control la gente no pierde la educación. No terminaba de comunicarle tan inteligente observación a mamá cuando, chirriando llantas a toda velocidad cual corredor de Formula Uno, una X-Trail del año, color azul celeste metálico, apareció de la nada en el sentido opuesto al nuestro, o sea, del lado donde reculaba el Ford con total parsimonia cual si el mundo nunca se fuese a acabar.
Mi madre, señora de justo razonamiento (verdad de Dios que pocas veces la he visto salirse de sus cabales), al observar las negras intenciones de la camioneta se abalanzó sobre el volante sin mi permiso y presionó el claxon unas cincuenta veces con la furia de un guerrillero iraquí que descarga su metralleta sobre los invasores americanos. Nunca antes deseé con tanto fervor que el claxon del auto en realidad fuese un arma de fuego. En este mundo, no me cabe la menor duda, abundan los animales que andan erguidos en dos patas que justificarían meterles en las entrañas 20 kilos de plomo: Ratatá, ratatá, ratatá, muere hija de perra o aprende a esperar tu turno. Pues sí, el Schumacher de la X-Trail resultó ser una señora de esas a las que basta darle una rápida escaneada para concluir que se trata de una dama de la crema y nata de la sociedad yucateca.
Sobra mencionar que mi madre, toda una dama hasta el último poro, bajó del auto e increpó con elegancia a la señora, reconviniéndola e intentando hacerle notar que el lugar del que se adueñó había sido apartado por nosotros, a lo que la muy recatada propietaria de la camioneta del año respondió alejándose con un paso danzarín de señora de alta sociedad, dejando desamparada y con las palabras en la boca a mi madre. Ratatá, ratatá, ratatá. Definitivamente los autos deberían venir con ametralladoras integradas.
Tras otra serie de insufribles minutos en búsqueda de un lugar logramos encontrar uno, claro está, a casi dos kilómetros de distancia de la plaza. Nuestro agotamiento era tal que, cuando finalmente nos vimos frente a la reluciente X-Trail que permanecía aparcada a dos metros de la puerta de la plaza, lejos de la mirada del guardia de la puerta que estaba más pendiente de lo que ocurría en el interior de la plaza que en el estacionamiento, hizo a mamá decir, en otro inusual comportamiento en ella: “Dame las llaves, que voy a rayarle la camioneta a la hija de la chingada”.
Al ver que mamá hablaba en serio (sus ojos inyectados de cólera no mentían, eran igualitos a los que ponía con cinturón en mano cuando de pequeño me encargaba de volverla loca con mis majaderías), me puse a pensar que las ciudades, mientras más crecen, más intolerantes se vuelven: todos empezamos a volvernos unos extraños y a hacer lo que mejor nos salga de los huevos o de los ovarios, y aunque mamá mascullaba entre dientes que para colmo conocía a la pinche vieja de alguna mutualista, reunión o desayuno de la Cruz Roja, seguía firme en sus intenciones de rayar como una zanahoria el vehículo. Por fortuna entramos a la plaza y el sentido común y la decencia vencieron. Mamá siguió siendo una dama; una dama con gastritis, pero a fin de cuentas una dama, de las que esperan que Dios que todo lo puede castigue con su ojo justiciero y con mal rayo parta a todos los hijos (e hijas) de puta que impunemente pululan en el mundo.
Ahora que estoy de vuelta en Campeche, recargado en el respaldo de concreto del malecón viendo morir el sol una vez más tras las tranquilas aguas del Golfo (finalmente acabaron las elecciones, así que al fin quitaron las barcazas con los horrendos rostros de los candidatos a diputados y senadores, que además de propaganda fungían como eclipses artificiales cuando el sol se acunaba tras el horizonte), reflexiono y llego a la conclusión de que aunque la señora de la X-Trail merecía un escarmiento acorde a su pésimo comportamiento, es preferible dejar que el tiempo haga su trabajo, porque a mí me van a perdonar pero sigo creyendo que Mérida va por los mismos pasos del DF, y en menos que un parpadeo habrá tanto caos e intolerancia en la ciudad que cuando cualquier Schumacher (sea del sexo que sea, igualdad ante todo, no olvidemos que somos un país en vías del primer mundo) haga su gandalla pasada en un estacionamiento, un tipo con menos escrúpulos que mi madre sacará la llave de tuercas de su cajuela para aterrizarla con gracia en la cabeza del vivales, desparramando hasta el último de los pocos sesos que su mal educado cráneo resguarde.
El sol ante mis ojos se despide tiñendo de colores el cielo y una gaviota solitaria sobrevuela las aguas como si bailara con su reflejo. X-Trail del año, color azul celeste metálico, placas XN6221. Ya te llegará tu día, perra maldita.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

me apena y a la vez me da coraje y frustracion tu relato, yo soy del Df y contiuamente se ven este tipo de casos por aca....mi comentario es que al no ver pagar a esa hija de perra no coraje no desaparecera, hubieras optado por la descicion de tu santa madre y hubieras descargado la cólera y hubieras hecho gala de tu gran habilidad del grafiti en la parte posterior de esa Xtrail..total,,,,, solo asi lograrias sacar ese coraje....dicen por ahi que es tiempo de empezar a tomar justicia por propia mano...

Soberano

Anónimo dijo...

Rodro , no se si te acuerdes de mi estudie contigo hace ya algunos ayeres , me parece fantastica tu pagina y tambien me parece genial que por fin... alguien de nosotros, desidio apartarse de el mundo y hacer realmente lo que quiere, te felicito , navegando por intarnet en una hora de osio , en mi oficina , me encontre con tu pagina , y me di la tarea de leer gran parte de ella. muy bien rodrigo te felicito , y para acabar de joder fui al concierto de delgadillo de hace poco en merida y me dio mucha risa y orgullo, que menciono tu nombre . pues hace ya muchos años que no nos vemos. en fin exito. y mis mejores deseos.

Alonso

MILENIO NOVEDADES (Yucatán) dijo...

Publicado en:

MILENIO NOVEDADES 12 ABR 09