sábado, 14 de julio de 2007

Carta a un escritor




“IGNORO SI LA LITERATURA ES MÁGICA O UNA COMPLETA MENTIRA. AL CONTAR MI VIDA POR ESCRITO, SÚBITAMENTE SE VUELVE MENOS ABURRIDA DE LO QUE EN REALIDAD ES.”




Querido escritor:

Tuve una guapa amiga. Tiempo pasado. Con el tiempo, todas mis amigas guapas dejan de hablarme. Diría que es parte del balance cósmico del Universo. Mi amiga y yo con frecuencia íbamos al café a conversar de diversos temas. Nunca estábamos de acuerdo en nada. No era de extrañarse que al final de cada charla ella asegurara que yo estaba loco. Era justo: para mí ella era un cuadrado perfecto, por no decir que una perfecta estúpida. A decir verdad, creo que nos detestábamos. Lo único que teníamos en común era la esotérica amiga que nos presentó, que por fortuna asistía religiosamente a las charlas-discusiones del café, donde desempeñaba el rol de réferi para evitar que nos cayéramos a golpes.


Nuestra amiga esotérica era lo único que teníamos en común. A raíz de su partida a otra ciudad, las charlas del café cesaron automáticamente. Debo admitir que extraño a mi cuadriculada amiga, muy a pesar de haber estado a taza y media de estrangularla. En la actualidad, la he invitado en más de una ocasión a revivir las viejas y acaloradas charlas, pero ella siempre se encuentra indispuesta. Sospecho que me odia. No la culpo, soy una persona perfectamente odiable.


Mi querido escritor, te preguntarás por qué te he relatado una historia de tiempo pasado que involucra a una amiga cuadrada que pensaba y piensa que soy un loco. La verdad es que ni yo lo sé. Supongo que me entró nostalgia por una amiga que se empeñaba en decir en las pláticas de café que yo no era un escritor; que un escritor de verdad es quien recibe una remuneración económica a cambio de sus letras. Que un escritor es quien puede mantenerse mediante la escritura. En pocas palabras, ella afirmaba que yo era un vagabundo, que el día que escribiera una novela y ésta tuviera éxito, ese día podría llamarme a mi mismo escritor, no antes.


Hace unos días fue la presentación de tu libro en mi ciudad natal. Me invitaste y yo desde luego asistí. Al término de ésta, preguntaste al auditorio –que para ser sincero, era prácticamente nulo-, si tenía alguna pregunta. Fue un momento embarazoso porque un silencio sepulcral invadió el recinto. A decir verdad, yo quería hacerte una pregunta, pero francamente eso de hablar en público jamás ha sido mi fuerte –muy a pesar de que prácticamente los únicos asistentes éramos nosotros dos-, además de que ni en un millón de años hubiera podido encontrar las palabras adecuadas para explicarte lo que mi amiga piensa acerca de qué es un escritor de verdad.


Ignoro si el mundo es injusto o imbécil; de no ser así, una sola película de Adam Sandler no recaudaría más dinero en taquilla que todas las películas de Woody Allen juntas; ni tampoco Ricardo Arjona vendería más discos que Joaquín Sabina, cuando es evidente que el primero ha intentado emular sin éxito al segundo de una manera por demás patética y fallida.


Debo admitir que en las noches despierto en medio de pesadillas al recordar la presentación de tu libro. ¿Cuántos libros has vendido? ¿Ya eres un autor Best Seller? ¿Eres un escritor de verdad? Estas y otras tantas preguntas me atormentan, querido escritor.


He de confesarte algo más. En materia de literatura, mi opinión es tan valida como la de una ex-Flans en el reality show La Academia. Soy tan torpe que nunca he sabido distinguir entre una palabra esdrújula de una grave; de hecho, no sé distinguir ninguna palabra. Incluso ignoro cómo logré aprenderme de memoria el abecedario. Del sujeto y del predicado solo sé que había que encerrar al primero en un círculo azul y el segundo en un círculo rojo para poder aprobar la materia de español en primero de primaria. Pronombres, gerundios, adverbios, prefijos, sufijos son cosas tan desconocidas para mí como la alineación titular de la selección nacional de críquet del Congo. Preposiciones agrupadas y locuciones prepositivas creía que eran un invento de Andrés Bustamante en sus clases gramaticales del Güiri-Güiri. De los verbos transitivos, intransitivos, copulativos y unipersonales, mejor hacerme de la vista gorda como con la devaluación de la moneda, para no caer en un ataque de depresión.


Soy una vergüenza, no sé tú, pero yo, cuando me veo sorprendido por alguien que me pregunta por qué me dedico a la escritura, tengo que inventar una excusa diferente para hacerme pasar por intelectual, cuando el verdadero y triste motivo de mi incursión en las letras es que mediante la palabra hablada soy una especie de apache: “Yo ir casa”.


Nadie me advirtió que escribir sería aún más complicado que hablar. Quién diría que para escribir una oración coherente hay que respetar la forma y función, el núcleo y adjuntos, las funciones miembros (sujeto y predicado, circunstante externo), los adjuntos no verbales (atributivo, declarativo, expansión, término), los adjuntos verbales (objeto directo, indirecto, circunstancial, predicativo, agente), y las funciones instrumentales (transpositor, coordinante, subordinante).


Por suerte Cervantes está muerto, de lo contrario lo hubiese asesinado con una falta de ortografía. Soy un cavernícola literario, un niño bien que escribe mal, un completo idiota, y sin embargo, por motivos que aún desconozco, me apasionan las letras. Sospecho que esa es la magia de la literatura: puede transformar a un imbécil en una persona no tan imbécil.


Lo que te quiero decir -motivo real por el cual decidí redactar esta carta-, es que leí tu libro. Qué injusticia, he de decir. Un libro que lo tiene todo, menos ojos que lo lean. Podría llenarte de alabanzas para subirte el autoestima, pero mejor te confesaré una última cosa: mi primer roce real, cara a cara con la literatura –si es que se le puede llamar literatura-, fue a los diecisiete años, cuando leí mi primer libro: Un grito desesperado de Carlos Cuauhtémoc Sánchez.


Nada de qué enorgullecerse. Sin embargo, los libros son como las experiencias sexuales: el primero es casi tan traumático como perder la virginidad, pero por fortuna uno siempre está dispuesto a intentarlo de nuevo.


Tu libro ¿Escribes o trabajas?, creo, y estoy convencido de ello, es la oportunidad para toda persona no apasionada a la lectura, de apasionarse por ella. Me encantaría poder obligar a punta de pistola so pena de muerte a todos mis amigos a que compren tu libro, sólo para que el mundo fuese un poco menos injusto. Desgraciadamente, mi poder de convencimiento es nulo. Hasta la fecha he intentado sin éxito invitar a mi cuadrada amiga a un café.


Escritor, ¿qué crees que ocurra primero, que seas un Best Seller o que mi amiga acceda a mi invitación al café? Y lo más importante, ¿qué carajos se sentirá ser un escritor de verdad?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me has convencido a mí de leer el libro. Si existe, ¿Podrías hacerme saber el nombre y autor? también quisiera enterarme ¿Es fácil su adquisición?. Gracias. saludos.
Tu amiga cuadrada se siente intimidada por tus diálogos y teme que tarde o temprano sus ideas se cambien por las tuyas. Piensaba en lo que hablaba contigo una y otra vez en esa imaginación cuadrada como ella misma. Pasa el tiempo y ya no esta dispuesta a atravezar la comodidad inestable de tu ser. Pero no te odió, te lo aseguro. Suerte.