“QUE NO TE COMPREN POR MENOS DE NADA,
QUE NO TE VENDAN AMOR SIN ESPINAS,
QUE NO TE DUERMAN CON CUENTOS DE HADAS,
QUE NO TE CIERREN EL BAR DE LA ESQUINA.”
- Joaquín Sabina
Querida María:
Tú no me conoces y dudo que llegues a conocerme. Incluso puedo apostar a que estas letras jamás llegarán a tus ojos. Sin embargo, las escribo y te las dedico. A tal grado de terquedad e ingenuidad podemos llegar los escritores, esos bichos raros que en tu país y en el mío nadie se toma en serio, y cuando se les toma en serio por lo general aparecen flotando a la orilla de un río. Pero no he venido a hablarte de los escritores, si no de ti. De la inocente niña de 9 años que eres ahora y de la cotizada adolescente que serás cuando todo esto acabe, con los dientes de leche transformados en colmillos lobunos bien largos y bien retorcidos.
Te escribo porque creo que eres un rayo de esperanza en este país miserable en el que nos tocó vivir. Una personita pura que pronto mutará, y de ti dependerá si para bien o para mal. Por lo pronto, esta mañana estuviste muy elegante, contenta y orgullosa agitando tu manita derecha por todo lo alto mientras miles de personas vitoreaban a tu papá, que al igual que tú, elegante, sonreía y mecía por todo lo alto su mano derecha. A tu lado, como una gran familia feliz, estuvieron tus dos pequeños hermanitos de 6 y 3 años que difícilmente comprendían lo que ocurría a su alrededor, muy a pesar de que Felipito intentaba imitar a tu mamá en eso de sonreír y agitar la mano en signo de agradecimiento a tantas alabanzas y elogios.
María, me encantaría poder decirte que cada uno de esos gritos que escuchaste esta mañana eran verdaderos, pero la realidad de las cosas es que eran tan falsos como la mayoría de los héroes que construyeron nuestra patria; alabanzas tramposas y mentirosas que permanecerán allí, taladrando, aturdiendo y embriagando cada uno de tus sentidos durante seis largos años hasta hacerte creer con fe ciega que todo México es igualito a los verdes y enormes jardines de tu nueva y gigantesca casa. Sé que eres una niña, pero también sé que no eres tonta, porque al igual que tú un día tuve nueve años de edad y lo recuerdo con una claridad que a veces me espanta. Por eso te escribo. Porque creo en ti, porque eres los ojos de papá y en tus manos está hacerle ver a ese señor que te arropa todas las noches que tú eres México, y como te trate a ti debe tratar a cada una de las personas de este país.
Te decía, los escritores muchas veces somos ingenuos, pero no siempre. Sé que tu papá velará por tus intereses y los suyos, y no por el de todos los demás, porque así es la vida y así se ha construido el país que compartimos, y así se seguirá construyendo hasta el final de los tiempos. Es por eso querida María que te sugiero que cada mañana tomes de la mano a tu papá y lo sigas a donde él vaya. Hasta el último rincón de México. Que México sea tu profesor. Que México en su majestuosa hermosura pero también en su despiadada crudeza te abra los ojos para que pronto dejes de ser una niña. Y cuando llegue la noche y papá te arrope entre las sábanas y te de el beso de las buenas noches y te diga que sueñes con los angelitos, lo mires fijamente a los cuatro ojos y le preguntes por qué en México existe tanta desigualdad. Por qué en México existen unos hombres escondidos en la selva con los rostros ocultos en pasamontañas y con las manos cargadas de ametralladoras. Por qué en México el narcotráfico asesina a más de 2000 personas al año. Por qué en México todos los días sale la gente a las calles a manifestarse en contra del gobierno. Por qué en México la mitad de la población vive en la pobreza. Por qué en México la gente no lee ni siquiera un libro al año. Por qué México siendo tan rico es tan pobre y por qué siendo tan pobre un solo hombre es el tercer hombre más rico de todo el mundo. Por qué en México los políticos se comportan en el Congreso y en el Senado como un montón de niños encerrados en una guardería. Por qué en México la cultura y la educación son ignoradas como si fueran un perro callejero y sarnoso. Papi, por qué en México todos somos unos hijos de la gran puta.
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