sábado, 14 de julio de 2007

Globalifóbicampechanifóbico





“SABIO EL QUE NO CAMBIA PARÍS POR SU ALDEA.”



- Joaquín Sabina









Hasta hace unos pocos años Campeche era una ciudad que prohibía la inversión a empresas que no fueran campechanas. Incluso las compañías yucatecas eran rechazadas, y mi opinión al respecto era que Campeche era un pueblo de la gran mierda por no poder hacerme de un par de aspirinas a las cuatro de la tarde porque el señor de la farmacia decidió que era un buen momento para tomarse una siesta, y no sólo el señor de la farmacia, sino todos los propietarios de todas las farmacias, tiendas de abarrotes, papelerías y demás negocios de la ciudad.



Hoy prefiero una migraña las 24 horas del día los 365 días del año antes de ver en lo que se está convirtiendo Campeche: una ciudad todavía más mierda. “¿Y por qué chingados no te largas de aquí, pinche yuca?”, me dirán en la calle, si no es que me ponen la madriza de mi vida. Verás, soy yucateco, aunque para serte sincero, jamás me he sentido como tal. Mi corazón, ese órgano del cuerpo humano que dicen alberga nuestros sentimientos, lo dejé en Campeche hace muchísimos años, desde que era un niño. Y no hay cosa que odie más en la vida que el infalible: “Asu, ¿por qué te veniste a vivir a Campeche, sí Mérida es divertidísimo, ahí encuentras de todo?” No señor, Mérida no es Nueva York como lo hacen parecer los campechanos, yéndose a comprar los fines de semana su ropa a la Gran Plaza porque ahí sí que hay todas las marcas de diseñador, y déjame decirte otra cosa: Mérida tampoco es divertidísimo porque cada mes abran un nuevo bar de esos que les dicen lounge, donde tocan música chillout, o como se llamen esos bodrios que a mi me suenan todos a música de elevador.



Mérida fue un lugar habitable hasta que empezó a brotar en cada esquina un 7 Eleven o una puta eme amarilla fluorescente, y para colmo de males los yucatecos han empezado a renegar de su mundialmente famoso y horripilante acento aporreado: el “cabrón” ha sido sustituido por el “wey”, y las guayaberas sólo se utilizarán si la Hi-life de Miami o Ricky Martin las ponen de moda. Entonces es cuando pienso en Campeche y le rezo a los millones de santos de las millones de iglesias que hay en cada esquina para que no corra con la misma suerte de mi natal Mérida, y terminadas mis plegarias salgo al malecón y en lo primero que pienso es en pegarle un puñetazo en la nariz -sin distinción de género-, a quienes se llenan de júbilo al grado de inflamar el pecho, orgullosísimos de creerse al fin cosmopolitas, por ver florecer en la ciudad los McDonalds, Subway, Baskin & Robbins y demás franquicias gringas. ¿Italian Coffe, en Campeche? ¡No mames, wey, vamos! Y los ves tragándose su frappuccino con media tonelada de crema batida, M & M s, Oreos, Hersheys, y hasta Plutonio, que le ponen para que amarre la bomba de azúcar. Y ay de ti que pidas un café normalito, porque se te queda viendo el cajero del autoexpress como si le hubieras pedido una costilla de brontosaurio de esas que ordenaba Pedro Picapiedra. También debieran darle cadena perpetua en Kobén a quienes salen a hacer ejercicio al malecón como si estuvieran en una pasarela, hombres y mujeres de mundo por usar bermudas Tacchini, playeras Lacoste, boxers Versace, parafernalia deportiva aderezada con una puta sonrisita pícara a la Tom Cruise. La verdad es que no tengo nada en contra de comer productos extranjeros o usar ropa de marca –porque si a esas vamos, andaríamos en pelotas, pues toda la ropa es de marca, aunque claro, alguna es maquilada en países subdesarrollados donde explotan a mujeres y niños en fábricas dignas de la época en que la Revolución Industrial era lo In-. En lo que estoy en total desacuerdo es en la forma de consumirlos; eso es lo que realmente me revienta las pelotas, las malditas caras de satisfacción que ponen, que ya las quisieran los aspirantes a actores que salen en los anuncios de la tele: “mírame, soy un chingón, como mi Big Mac y me visto como los modelos que salen en el Vanidades y en VH1.”



Brrrrrrrí. Brrrrrrrí. Suena el timbre de casa de mis tíos. Nada de ding dong, por eso es genial mi tía, sólo ella pudo ser tan campechana para elegir un timbre que suena como un gorrión lamentándose de gonorrea. “¿Ya hay Pizzanti en Campeche?”, pregunta mi primo. Y al ver la caja de pizza sobre la mesa del comedor me hago la misma pregunta porque, efectivamente, la caja de cartón dice “Pizzanti”, esa pizzería que quebró hace un par de años en Mérida. “Es Pizza Xavier”, responde mi tía, “la de la esquina, la de siempre”. Made in Campeche. Only in Campeche. Haciendo caso omiso de todas las reglas de marketing, la pizzería del buen don Xavier estableció una efectivísima estrategia de reducción de costos: distribuir su producto en cajas de una pizzería quebrada –quiero creer que las cajas las adquirió a mitad de precio y no las robó del basurero-, sin importarle que sus nuevos clientes se topen con la buena nueva de que tendrán que marcar un número telefónico de larga distancia, donde probablemente les mente la madre una ama de casa fúrica de recibir tantas llamadas que piden pizzas de pepperoni. Y bendito que siga ocurriendo esto en Campeche, muy a pesar de la invasión de maestrías y nuevas licenciaturas que quieren hacernos pensar como hombres cosmopolitas con sus ISO9000 y sus putas reglas de calidad total y multigerencia de liderazgo en mil formas de marketing tridimensional. Nanai. La vieja guardia campechana sigue en pie como los baluartes y murallas en pleno siglo XXI, soportando estoicos los embates de las nuevas generaciones que quieren implementar sus programas y métodos de ventas y seducción del mercado de los tarados gurús de la Anáhuac. Sin embargo, sé que el gusto me durará poco: la caída es inminente. La proliferación de más y más establecimientos a la yu-es-ei, con sus normas de calidad, sus aires acondicionados y sus adolescentes vendedores perfectamente uniformados y adiestrados con su vuelva pronto y su mecánica sonrisa falsa -porque la mirada bien dice que detestan el trabajo y si en sus manos estuviera te revientan en la cara el Redbull y la barra de linaza Kellogg´s-, empiezan a ganarle el mercado a los tendejones, esos que tienen la genialidad de no poseer franquicias, ser únicos e irrepetibles: El Oasis del Pescador, Pancholín, El Arbolito, El Oso Vaquero; donde por lo general te atiende una señora mal encarada que no puede ocultar el mal humor que le causan los 43 grados de temperatura y los 42 niños –hijos, nietos y sobrinos-, que tiene que cuidar entre las cajas de cervezas y de Coca-Cola; locales en los que no pueden faltar veladoras y santos colgados en las paredes escarapeladas, donde a pesar de las condiciones laborales infrahumanas generadas por ellos mismos te reciben y despiden con un “mi vida”, “mi amor”, “rey”, “corazón”, y a base de fidelidad al estanquillo empiezan a fiarte las caguamas de los fines de semana. Es por eso que a pesar de ser un ateo recalcitrante le rezo a esos millones de santos para que en Campeche sigan existiendo papelerías donde nunca funciona la fotocopiadora pero jamás escasean los tamales; establecimientos como Bici Pollo, que no venden bicicletas ni pollos; y ni hablar de los logotipos de las peluquerías, pollerías, guarderías, etcétera, etcétera, donde imágenes surrealistas te invitan a detenerte a contemplar, por poner un solo ejemplo de entre miles, los bíceps amorfos de un supuesto físicoculturista pintado en la fachada de cualquier gimnasio de la ciudad, y es entonces cuando comprendes por qué en Campeche la mayoría de los habitantes son unos panzones.



“La inversión extranjera y la competitividad del mercado harán que México salga adelante”, dice un retardado mental bien orgulloso con sus libros McGraw Hill y unas hojas escarabuteadas sobre la mesa, mientras otros cuatro no menos imbéciles asienten con el semblante de eruditos, sudando la gota gorda por el calor antinatura que reina no solo en la ciudad sino en todo el globo terráqueo, y quisiera levantarme y preguntarle a esos cinco señores catedráticos de la Anáhuac –que si no lo eran, tenían toda la pinta de serlo-, qué opinan acerca de que el gobierno y/o empresarios de los Estados Unidos se nieguen a firmar el protocolo de Kyoto, llevándose por delante al mundo para poder ser productivos, competitivos and the number one con tal de que sus empresas sigan contaminando y sobrecalentando al mundo entero, díganme, hijos de la gran puta, díganme, por qué en sus libracos de eficiencia y productividad no mencionan que estos 45 grados son provocados por la descarada contaminación de gases nocivos generados por las empresas que tanto idolatran y que tienen que vender y vender para que la economía siga rodando y rodando.



“Hola muchachitos, ¿qué les sirvo?”, nos dice Coquita a Berman y a mi, llenándonos de besos. Pido lo de siempre, un americano sin azúcar, y Coquita no me ve con ojos de sorpresa como el idiota del autoexpress de ese café tan cosmopolita; y José Antonio y Sofía, los propietarios del café Las Puertas -ese café tan agradable enclavado en una casona en el barrio de San Román, con su sabia arquitectura de techos altísimos para combatir el calor, un calor que los arquitectos de aquella época nunca imaginaron fuera de cuarenta y tantos centígrados-, se acercan a la mesa para saludarnos con un siempre meloso abrazo, motivo por el que nunca pido azúcar para mi café. “No te juntes con esa mala influencia”, nos dice José Antonio al despedirse para reanudar con sus labores. Y por un instante, Berman y yo nos miramos sin saber a quién de los dos se lo decía.



Los sabiondos de la Anahúac siguen hable y hable en la mesa contigua, y me dan ganas de sugerirle a José Antonio que ponga un letrero en la entrada que diga en letras bien grandotas y en mayúsculas "NOS RECERVAMOS EL DERECHO DE ADMISIÓN". Y en mis adentros sé que esos tarados probablemente tengan razón, porque yo apenas aprobé con un seis la materia de macroeconomía en la licenciatura de desarrollo empresarial y no terminé de entender esa dichosa Ley del Sándwich con que el profesor nos intentaba hacer comprender sin mucho éxito la economía mundial. Me resigno a la idea de que el mundo se seguirá calentando y que más emes amarillas fluorescentes aparecerán en cada esquina, pero mis recuerdos seguirán ahí, intactos, donde mi infancia no tendrá que tener membresía con fotografía para ingresar al baúl de los recuerdos y transportarme a ese extinto Super10, donde compraba rompecabezas de mil quinientas piezas y portaaviones armables y jugaba a las carreras con mis primos por los angostos pasillos, o bien, deslizarme al presente y aferrarme a una realidad que empieza a resquebrajarse: un lugar donde en compañía de mis primos, la señora del tendejón jamás nos negará las cervezas por más que el lapso de compra establecido por la innecesaria ley de tolerancia del horario de venta de bebidas alcohólicas haya expirado, argumentando que el sistema está bloqueado y conectado a la matriz de Washington DC, lo cual le impide vendernos unas caguamas porque el FBI nos echará mano a todos.

19 comentarios:

Anónimo dijo...

me encanto .. sin palabras.. TODA LA VERDAD !!!

Anónimo dijo...

gracias por preservar esos recuerdos para nosotros en tu escrito. ojalá que hagas más como este.

Anónimo dijo...

en realidad fue una muy agradable sorpresa encontrarme contigo en la web, espero poder leer mas acerca de lo que escribes, pork me pareces muy bueno y mas que nada real. un saludo karito

Anónimo dijo...

FELICITACIONES POR EL ESCRITO!!!

LA CANCION ES PARA TI:

En esta tierra en donde puedo caminar
bajo la dirección que le ponga a mis pasos
siempre habrá tiempo para venirle a cantar
por ser lo más que sé ofrecer como regalo.
Me dió un lugar donde al volver con gusto sé decir
es mi país, esta es mi tierra y casa y esta es su canción
una canción como todas las que se han hecho
tan sólo que con esta quiero hacer mención
de todo el bien que me hizo nacer de este pueblo
y que me parte el corazón,
que hablar de México siempre me inflama el pecho.F. DELGADILLO.

Anónimo dijo...

Soy una campechana viviendo en merida desde hace 2 años y lo sigo extrañando...afortunadamente pronto regresare... Lo que describes, es exactamente lo que es...saludos

Anónimo dijo...

hola, me encanta tu escrito. Creo que la historia se repite en cada rincon de un mundo materializado, embrutecido, desnaturalizado,y marketeado por los sabios del comercio sin alma. Me gustaria irme a vivir a campeche. busco un lugar en la tierra de nuestra america latina que tenga amor a lo suyo.

Anónimo dijo...

MAMADAS , TRIVIALIDADES , HAZ ALGO PRODUCTIVO WEY

Anónimo dijo...

putoooooooooooooooooooooo

Anónimo dijo...

solo aclarando que Italian Coffee a pesar del nombre agringado es 100 % mexicano, de puebla para ser exactos. Y si te quejas de Italian esperate a que llegue un starbucks..... con su cafe alto (no grande) latte descafeinado doble con esencia de coco..... Que la vdd a mi me encanta.

Anónimo dijo...

Excelente! Eres muy buen escritor y articulista..
Te felicito..Saludos!

Anónimo dijo...

que bien, me gusto mucho lo que escribiste me hiciste abrir los ojos

Anónimo dijo...

Excelente artículo, nada más cerca de la verdad que, a veces, no queremos aceptar. Te felicito por el artículo, en verdad es muy bueno.

Anónimo dijo...

ME EMOCIONA LEERTE.. PROCURARE A PARTIR DE HOY DEJARTE MIS COMENTARIOS!! ERES MUY BUEN ESCRITOR EHH... Q XIDO... T MANDO SALUDOS!!!

Anónimo dijo...

Si nosotros los campechanos pensamos que Merida parece como Nueva York, los yucatecos actuan como si Merida fuera la capital del mundo, como si tener una plaza comercial con tienda de prestigio los hiciera de primer mundo, superior a otras ciudades. bah

Anónimo dijo...

Muy buen articulo, para no ser de la anahuac... Saludos Wey. (Guey) (Güey) ...anyway...

Anónimo dijo...

Los yucatecos no pensamos que Mérida es la capital del mundo, pero de que está muuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuucho mejor que campeche si que si!! y si creen ke no es cierto por ke veo a medio campeche comprando en gp los fines de semana?

Tatiana

Anónimo dijo...

tienes mierda en el cerebro pendejo por eso campeche esta jodido

Anónimo dijo...

Carnal, no se como chingados llegué hasta aquí, pero debo decir que fue una agradable sorpresa. Soy de Guadalajara y creo que las actitudes que has observado en tu ciudad adoptiva se repiten en casi cada pueblo y ciudad del país. En el caso de mi ciudad es de esperarse, por su tamaño y sus características de ciudad comercial y de negocios, pero igual es una pena. Una pena ya no ver carritos de tejuino por todos lados en verano, por ver desaparecer las tiendas de la esquina, las nieves de garrafa y las pulquerias. Por la posibilidad de que en los pueblos tranquilos y turísticos de Jalisco se empiecen a abrir Wal-Marts acabando con el sistema autosuficiente pero "poco competitivo" capitalistamente hablando de su economía. A ese paso los dueños de negocios familiares no serán más que empleados de franquicias transnacionales. Y lo peor es que la gente para desearlo. Maldita globalizaciòn que se traga culturas. Parece que los asentamientos humanos debieran, gracias al
progreso, ser fabricadas en serie y lucir todos iguales, con las mismas tiendas para satisfacer los mismos gustos de gente igual en todos lados.
Por otro lado esto de la globalizaciòn y el internet me dio la oportunidad de llegar aquí. Supongo que es cuestión de no dejarse deslumbrar y aprovechar las posibilidades.
Bueno, me desahogué. Un saludo hermano, está chingòn tu artículo, volveré a leerte seguido.

Anónimo dijo...

Carnal, nada mas que la pura verdad.. es bueno ver que existe mas gente que se da cuenta de hacia donde esta llendo el mundo, lo digo por ti y por la mayoria de los que comentaron (exceptuando al anonimo que nada mas puso criticas pendejas). lo ideal seria no solo darnos cuenta si no hacer algo para mejorar un poco esta ciudad que se esta llendo a la basura. Y que conste que soy Mercadologo...