Esos springbreakers

“¡POBRECITO MÉXICO, TAN LEJOS DE DIOS Y TAN CERCA DE ESTADOS UNIDOS!”

- Porfirio Díaz

Qué bonito. Qué bonito sería estar sobre la blanca arena, con la mirada clavada en un libro y dejándote arrullar por las olas cristalinas del mar Caribe. Qué bonito sería. Lástima que los dueños de este país crean que para mantenerlo a flote tienen que abrir los brazos y ensanchar la más grandota de sus sonrisas para esos seres atestados de esteroides, de rasgos simiescos, colorados como camarones y de mujeres rubias de tetas prominentes y culos descomunales, o diminutos y escuálidos como el de sus anoréxicas e idolatradas musas de las revistas de cotilleo; personillas cuyo común denominador es ser norteamericanos y ensordecedoramente escandalosos.

Son tantos y tan ubicuos que no dejan resquicio alguno. Con su grito de guerra: “Yu-es-ei, yu-es-ei” a flor de garganta. Conquistando las playas, las tiendas, las calles, el silencio. Todo cuanto sea visible e invisible. “Yu-es-ei, yu-es-ei”, gritan abriéndose paso estas bestias, destruyendo, contaminando. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo, me pregunto yo, vamos a seguir permitiendo a estos analfabetos de primer orden hacer lo que les plazca por el simple hecho de ser nativos del país más poderoso del mundo?

Allí están, semidesnudos, blandiendo sus dólares al aire con la exigencia de ser tratados como grandes señores. “Mexican piece of shit, treat me like a king”. Y nosotros, diligentes y obedientes, educados para agachar la cabeza, nos arrodillamos y extendemos la palma de la mano para recibir nuestra propina: “tenquiu, ser”. Primero les entregamos nuestras tierras, después nuestro petróleo, ahora nuestras playas y nuestra identidad. Estamos acabados, conquistados. Y ni siquiera tuvieron que tomarse la molestia de traer sus buques de guerra a las costas, como aquel 21 de abril de 1914 cuando quisieron invadirnos, lo que al parecer ya olvidamos. Ahora les evitamos ese costoso trámite. Para eso tenemos a la Secretaría de Turismo: “Welcome to Cancún, the sin city, the place where everything is allowed for the white trash”. Le abrimos la frontera a los sujetos que están embriagados hasta el tuétano, embadurnados de bronceador solar para que sus blancos y democráticos culos agarren color; esos mismos quienes del otro lado de una gran muralla (pagada por ellos y construida con manos latinas), con rifle en mano y cerveza en la otra, se carcajean y juegan al tiro al blanco con los mexicanos.

Y mientras, henos aquí. Impasibles. Mudos. Aprendiendo a imitar toda su podredumbre. Con nuestros políticos relamiéndose los bigotes, sacando cuentas de a cuánto va a ser la tajada esta vez, firmando convenios, concesiones, construyendo más y más hoteles en zonas vírgenes, prohibidas, para que las basuras del norte vengan a chapotear y a refocilarse en sus vicios, en este paraíso donde los apapachamos y cobijamos con los ojos haciendo cling, cling, con un signo de dólar. Don´t worry, nosotros somos felices, ustedes limítense a no tener límites, hagan todo eso que les tienen prohibido hacer en su país, my friends, que para eso somos un país en vías de desarrollo y también democrático. Un país con un presidente empeñado en no sólo combatir sino erradicar de raíz el narcotráfico, pero no se preocupen, que aquí en Cancún ustedes pueden traficar y consumir todas las drogas que quieran, que para eso somos vecinos.

“Yu-es-ei, yu-es-ei”, gritan sobre la música ensordecedora de las bocinas que esparcen hasta el último rincón de las playas para que estos animales pueden bailar a su antojo su horrenda música gangsteril, de esos negros a los que hasta hace cosa de nada tenían oprimidos a base de latigazos en los campos de algodón. Se contonean erotizados. Hacen concursos de ver quién bebe más cerveza y qué mujer tiene las tetas más grandes. De ver quién se calienta más. De quién le chupa las tetas a las mujeres que se lengüetean frente a una multitud eufórica que grita: “Gou, gou, gou”. Son un encanto mis amigos. Tan cultos ellos. Tan dueños de sus instintos. Y son tan geniales y tan universales que ya ni te das por enterado de quién es mexicano y quién es gringo. Todos drogados, ebrios y excitadísimos se embadurnan unos contra otros en un ritual que te cagas de lo hermoso que es. “Gou, gou, gou, yu-es-ei, yu-es-ei”, se escucha a grito pelado por todos, absolutamente por todos.

¿Saben una cosa? Si tan sólo la invasión fuera europea (que también los ciudadanos del otro lado del charco tienen su puntito, no vaya usted a creer que no), por lo menos uno vería a uno que otro despistado asoleándose solitario y entre las manos un libro de García Márquez traducido al francés, alemán o la maldita lengua que hablen, en silencio, que eso ya es ganancia, pero como eso no ocurrirá ni soñando, me conformo y doy gracias al Cielo de que existan los traficantes de alcohol adulterado que puntualmente abastecen a los hoteles y a las discos (previo soborno de toda la cadena alimenticia hotelera y agentes de salubridad) para que mediante fantásticas barras libres puedan cargarse al infierno a una que otra basura blanca de los antiterroristas, democráticos y pacíficos Estados Unidos de Putamérica.