sábado, 14 de julio de 2007

Te invito a mi fiesta de cumpleaños



“NO HAY NEGOCIO COMO EL ESPECTÁCULO - TIENES QUE SONREÍR PARA AGUANTAR LAS GANAS DE VOMITAR.”



- Billie Holyday




Te invito a mi fiesta de cumpleaños. Así versaba la invitación que mandaron a hacer mis padres para invitar a sus amigos a mi primera fiesta de cumpleaños, porque a decir verdad, yo ni amigos tenía, y si los hubiera tenido, habrían de ser unos genios para poder leer una invitación con un año de edad. Era cuestión de tiempo para que la fiestecita se convirtiera en una gran peda, transformando el local infantil en una cantina más de la ciudad. Incluso el encargado de entretener a los niños bebía entre cada truco de magia. “Niños, miren como desaparezco este vaso de Coca-Cola”, y el pinche mago sin el menor pudor se tragaba de un solo jalón el litro de Coca-Cola que en realidad era una cuba. “Salud y aplausos”, decía el hijo de la chingada para beneplácito de los señores que se la pasaban de lo lindo, cagándose de risa mientras nosotros no entendíamos de qué se reían.


Cada año era lo mismo. A mis padres les daba por hacer grandes fiestas infantiles en mi honor. El método era el mismo: Te invito a mi fiesta de cumpleaños. Incluso cuando ya tenía la capacidad de relacionarme, sólo contaba con un pequeño grupo de amigos, cosa que desde luego mi madre se encargaba de solucionar, invitando a todo el salón de clase, incluido el golpeador del salón, cuya madre resultaba ser su íntima amiga.


En aquella época solo existían tres animadores de fiestas infantiles, los cuales iban de fiesta en fiesta hinchándose los bolsillos y el hígado. Pepillín, que el dios Baco lo tenga en su santa gloria, con los años se convertiría en la mayor celebridad de la televisión yucateca. Mi generación tuvo el privilegio de verle en los albores de su prolífica carrera, cuando de joven decidió robarse con toda la impunidad que permite este país de plagiadores y sinvergüenzas la identidad del payaso más famoso de México: Cepillín. Tiempo después los abogados del payaso yucateco alegaron que el “Pe” en vez del “Ce” otorgaba al nombre nuevas dimensiones, y que el idéntico maquillaje con el payaso capitalino era cosa de nada, una mera coincidencia, y los jueces, que siempre tienen la vista tan gorda, silbando al ritmo de adelante caminante, róbese la identidad de quien quiera, al fin y al cabo en esta nación de mierda eso es pan de cada día, estuvieron de acuerdo. Y así surgió Pepillín, el payaso súper estrella más grande que el estado de Yucatán conocerá jamás. Tiempo después apareció un payaso llamado Pillín, demostrando que en materia de innovación somos tipos de cuidado.


El Mago Shadak era otro de los grandes animadores de las fiestas infantiles. El tipo era todo menos mago; la función entera se la pasaba intentando hacerla de ventrílocuo con un muñeco llamada Pegajoso, y por esas malditas coincidencias de la vida, el peluche era idéntico en nombre y complexión al Pegajoso de los Cazafantasmas. Shadak fue el primer ventrílocuo en mover los labios con una coordinación asombrosa a los de su muñeco, y por mi madre que era como ver a un tipo hablar con su reflejo.


Pero el mejor de todos, el maestro de maestros de las fiestas infantiles, era el Tío Salim. El sujeto era de la vieja escuela, nada de plagios, todo al natural. El señor no era ni payaso, ni mago. En realidad nadie supo nunca cual era su profesión, pero ahí estaba él, en todas las fiestas, animando de lo lindo a la clientela. Bien presentado, con guayabera blanca, mostacho espeso y los ojos saltones visualizando como buen cazador al mesero que servía las cubas en la mesa de los señores. El espectáculo básicamente era de improvisación pura. Al calor de las copas iba subiendo de tono. Nada de trucos de magia ni de maquillaje. Cuando no perdía en alguna apuesta de cantina a sus patiños, se podía tener el honor de verles salir de una viejísima caja de madera. Por lo general siempre se trataba de algún aborto de Lucifer lleno de pulgas y garrapatas, dispuesto a protagonizar las futuras pesadillas de todos los niños ahí presentes. El Tío Salim tampoco era comediante, pero siempre tenía un amplio repertorio en materia de blasfemias e insultos jamás antes escuchados, mismos que eran proferidos por la demoníaca bestiezuela a la que le metía la mano en el culo para hacerla hablar con una voz idéntica a la suya. Nada de impostar voces de manera graciosa, la voz de El Tío Salim siempre era la misma, aguardentosa. Genio y figura. Todo un profesional, sin hora de llegada y sin hora de salida, aunque de hecho la última por lo general coincidía con la del último borracho de la fiesta. La última vez que le vi fue en Trecevisión, relegado a un horario impropio para niños, donde al quinto “amiguitos” repetido en medio de hipos, fue sacado del aire para nunca más volver.


Ya nada es como en aquellos tiempos. Hoy día en las fiestas infantiles contratan a una botarga de Barney, y el muy imbécil se limita a pulsar el botón play de la grabadora para ponerse a bailar como un maricón durante una hora y media, para después cobrarte las perlas de la virgen solo por convertir en unos retrasados mentales a tus sobrinitos al ritmo de las jotas canciones del dinosaurio púrpura de los Estados Unidos que sale en la T.V.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Un articulo genial, y creo que si que es verdad que muchos payasos, sonrien para aguantarse las ganas de vomitar!!

Analítica (Venezuela) dijo...

Publicado en:

http://www.analitica.com/va/sociedad/articulos/9712223.asp

Media 3d2 (DF) dijo...

Publicado en:

http://media.3d2.com.mx/files/1238466606562767553.pdf

Peru.com dijo...

Publicado en:

http://pildoritadelafelicidad.blogs.peru.com/2007/12/10/te-invito-a-mi-cumpleanos/

La Jornada (Nicaragua) dijo...

Publicado en:

http://www.lajornadanet.com/diario/opinion/2009/marzo/26.html