“EL HOMBRE NO SERÁ REALMENTE LIBRE HASTA QUE EL ÚLTIMO REY SEA ESTRANGULADO CON LAS ENTRAÑAS DEL ÚLTIMO CURA.”
- Denis Didero
Comulgo con el apóstol Tomás: ver para creer. El problema es que la gente ha perdido la capacidad de ver. El otro día hojeaba las páginas del Vanidades (publicación que llega puntualmente cada quince días a casa de mi tío con la palabra “Señora” en vez de “Señor” precediendo a su nombre), y no puedo dejar de sorprenderme cada vez que leo su contenido. Porque, aunque usted no lo crea, la revista también está hecha para ser leída. Es difícil, lo sé. Leer más allá de los encabezados es toda una proeza. Resulta más cómodo y llevadero imaginar mediante las secuencias fotográficas que aparecen en las páginas la última borrachera del príncipe Harry (el pequeño de Lady Di, -que por cierto es sospechosamente parecido al amante de la finada-). William, el hermano mayor y heredero al trono, por otro lado, es un tipo más formal. Al menos así lo dejan ver las fotografías: incluso ya tiene menos cabello que el padre, y se rumora que formalizará su relación con esa bonita chica llamada Kate que es su novia, la cual según dicen tiene más “estatus” que la novia sudafricana del hermano menor, y por ello es la candidata perfecta para ser la futura Reina de Inglaterra.
No sé los ingleses, pero si yo fuera un súbdito de la Reina, ahorraría cada mes un poco de dinero para algún día comprar una bazuca. Nada sería más gratificante para mí (de ser ingles) que dar un certero cañonazo al palacio de Buckingham. A mi me reventaría ser inglés y ver en las revistas de vanidad a los mandatarios de mi país pasándoselo de lo lindo de fiesta en fiesta; en partidos de polo donde los caballos valen más que la vida de uno mismo; de yate en yate, y mejor ahí detengo la interminable lista para evitar morir de envidia y/o de alguna piedra en el hígado producto del coraje.
“Y qué tiene de malo, son jóvenes, que se diviertan los retoños de Lady Di”, diría mi santa madre y sus amigas copetudas de sociedad. Pues no, a mi me sulfura (prometo no utilizar de nuevo la palabra envidia) verles cada lunes pasándosela bomba; ver como Harry con una sonrisita pícara estruja las tetas de una chica que tiene unas tetas que jamás han tenido las mujeres que han accedido amablemente a permitir que les agarre las tetas (será porque no soy Harry, “el pequeño de Lady Di”). Y lo que es el colmo, la gente paga por enterarse de estas linduras en las revistas.
Les voy a contar por qué me indigna ver a estos ilustres personajes de la monarquía o a cualquier otro hijo de monarca aún siendo mexicano y teniendo suficientes motivos para que la cuota de mi odio esté monopolizada por los políticos locales. El otro día tuve el privilegio de ver una película que seguramente no han visto porque nunca llegó al cine, y en el video club la película debe estar cubierta de polvo, escondida en los anaqueles que nadie mira, y eso si la distribuidora se dignó a distribuirla. Se llama Dirty pretty things. Ignoro el nombre que le pusieron en español, y bendita sea mi ignorancia porque hay que ver cómo se las gastan los genios encargados de inventar (jamás de traducir) los títulos en español para las películas bautizadas en algún idioma diferente al castellano. “Cosas bonitas sucias”. ¿Ven que no es tan difícil, chicos traductores?, y eso que mi inglés está para avergonzar a mamá, que gastó una fortuna en escuelas bilingües y maestras particulares de inglés.
Dirty pretty things narra de manera magistral el horror de vida que llevan los inmigrantes ilegales radicados en el país de su majestad la Reina Isabel II, que buscan encontrar no una vida similar a la de los nietos reales William y Harry, pero sí más digna que las que sus países de origen les pudo ofrecer. Un nigeriano, una turca, un ruso, un chino (no dijeron que era chino, pero se llamaba Gao Yi, así que asumo que lo era), un español y otra serie de personajes, todos ilegales y de todas las nacionalidades que enumera la canción “Clandestino” del grupo Manu Chau, aunque algunos tienen fugaces apariciones, no por ello dejan de ser fundamentales en la historia. También aparecen ingleses, no vaya usted a creer que no: dos policías de la migra encargados de joderle la vida a la ilegal chica turca, un delincuente (al cual le es revelada al final del filme una de las verdades más grandes de este mundo) y una prostituta negra.
Ese es el bello panorama. Me encantaría contarte la película pero no quisiera arruinártela. Espero que algún día puedas verla por ti mismo para que abras un poquitín los ojos y te des cuenta de la realidad en la que viven las personas que son “fantasmas” en los países del primer mundo. Fantasmas que doblan turnos y tienen dos trabajos diferentes (uno más horrible que el otro) para que los principitos puedan salir muertos de la risa en las páginas de revistas como el Vanidades, mientras tú añoras llevar una vida como la de los hijos de la corona sin percatarte de que la mujer que limpia tu mierda en el baño está a punto de largarse al otro imperio del norte en busca de una vida mejor, o, en el mejor de los casos, y de todo corazón espero sea la segunda opción, enterrarte un chuchillo cebollero en la espalda mientras hojeas con tu estúpida sonrisita el Vanidades al ver orinar desde la proa de un yate a los herederos de este precioso planeta.
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