sábado, 14 de julio de 2007

La tarjeta postal


A la memoria del padre de un buen amigo.




“LA RAZÓN POR LA QUE HAY TAN POCAS MUJERES EN LA POLÍTICA ES QUE ES DEMASIADO PROBLEMA PONERSE MAQUILLAJE EN DOS CARAS.”



- Maureen Murphy




El otro día caminaba por un parque del centro de la ciudad, cuando me detuvo a la puerta de una tienda una imagen en un tarjetero postal. El tarjetero estaba lleno de esas postales turísticas que muestran fotos de pirámides, cenotes, grutas, iglesias y casas coloniales. Perdida entre las demás, había una que nada tenía que ver con el resto. En ella aparecía un bonito carruaje comandado por dos elegantes cocheros que tiraban de las riendas de este como si tuviesen mucha prisa en llegar a su destino. Los caballos, que no eran pocos, galopaban a toda prisa a la orden de sus amos. En la postal se podía ver el cielo azul adornado por unas aborregadas y rechonchas nubes que cubrían el enorme y árido desierto donde se desarrollaba la escena. Por un instante estuve tentado a comprar aquella tarjeta. Sin embargo, dos razones me lo impidieron: La primera –que es la de siempre- fue que no llevaba un clavo en los bolsillos; la segunda era mi conciencia, que me exigía no privar a otro transeúnte de lo que mis ojos descubrieron en ese momento. Más allá de mi terquedad de cuestionarlo todo, como por ejemplo cómo diablos llegó esa postal hasta ese lugar, me quedé unos instantes más observando la imagen y al cabo de unos segundos descubrí algo en ella que no había notado al verla por primera vez: al final del paisaje se podía ver, muy a lo lejos, un despeñadero profundo y oscuro, justo hacia donde se dirigían los caballos, cocheros y tripulantes del vehículo.


Agradecí no llevar conmigo los quince pesos que costaba la postal y me marché de la tienda para sentarme en una banca que estaba justo frente a la entrada, con la esperanza de ver si alguien más descubría la postal. Permanecí allí sentado por un buen rato, pero nadie se detuvo siquiera a observarla. Qué podía esperar, me dije, si la gente incluso pasaba de largo frente al puesto de periódicos donde se anunciaba con gran pompa que Ana Rosa Payán, ex alcaldesa de la ciudad de Mérida y flamante perdedora en las elecciones internas del PAN como candidata para contender por la gobernatura del estado de Yucatán, era rechazada por el PRD para representar a este partido en la misma contienda, aunque, sin embargo, contaba con la aprobación y era bienvenida por el PT y Convergencia.


Allí, desilusionado y sentado en la banca, sólo pude pensar que en este país nada es digno de sorprendernos, salvo una postal colocada por error en un tarjetero turístico, que ejemplifica a la perfección lo que somos y el destino que nos depara. En medio de tanta historia estamos nosotros, el pequeño virus que termina cargándose al diablo con todo; historia y riqueza que envidiaría hasta el país más pintado. Ya que nadie se detuvo a ver la postal, describiré lo que vi en ella: dentro del carruaje viajan los de siempre, los Slim, los Azcárraga, los Salinas, y todas esas honorables familias de la élite que tras la ventanilla le dicen a sus cocheros hacia donde dirigirse. Los elegantes cocheros son las tres fuerzas o partidos políticos que manejan las riendas del país, que empecinados, posesos y embelesados tanto de poder como de ignorancia encaminan a todos hacia un paradero trágico, donde no hay salvación para nadie, ni para ellos, ni para los pocos que están tan cómodamente sentados dentro del carruaje. Finalmente, los caballos, que son de raza noble y sumisa, y que soportan con tesón los latigazos, uno tras otro, sin quejarse, con los ojos bien cubiertos para mantenerse serviles y fieles a galope desbocado y con el corazón cansado y apunto de reventar somos todos nosotros, los ciudadanos ciegos y apáticos a los que poco o nada nos importa que las riendas de este país estén en manos de gente sin escrúpulos y siempre dispuesta a ponerle precio a su persona y a su ideología política.


México es como esa tarjeta postal: un lugar donde todos nos ponemos de acuerdo y contribuimos con todas nuestras fuerzas, siempre y cuando sea para una empresa trágica. Un lugar donde la izquierda, la derecha y el centro no significan nada porque son manejadas por las mismas manos, las de esos hombres que han invertido todas sus fuerzas en poner con naturalidad asombrosa su cinismo al descubierto en las primeras planas de los periódicos, anunciando que cuando mejor les salga de los huevos o de los ovarios pueden y van a ser candidatos del partido que se les pegue la gana, aún si hasta hace apenas unas horas decían aborrecerlo y odiarlo a muerte, porque en este país demagogo, miserable y proselitista logramos lo que en ningún otro país del mundo; que tanto ciudadanos, políticos y empresarios nos pongamos de acuerdo para despeñarnos a un acantilado con la mejor de nuestras sonrisas.

1 comentario:

Sin calumnia dijo...

Piblicado en:

http://sincalumnia.blogspot.com/2007/03/pildorita-de-la-felicidad.html